Hace dos días, El Espectador me sometió a una larga entrevista, en la que la familia fue el tema principal. Me han llegado varios comentarios positivos y de los otros, como era de esperar.
Diariamente leo, entre otras informaciones y comentarios, el boletín La Bussola Quotidiana. Un artículo que apareció ayer me pareció de particular interés: ayuda a saber dónde estamos parados. Lo traduje y aquí está.
LA LUCHA CONTRA
LA FAMILIA Y LA VIDA EMPIEZA EN LA ONU
Stefano Fontana
Cuando
constatamos que la ideología de género entra en la clase de nuestros hijos, o
que está empeñada en distribuir sin receta a nuestras muchachas la píldora del
día después, o que tal asociación de voluntariado para el desarrollo se ha
declarado a favor del aborto, normalmente no pensamos que estamos delante de
hechos que tienen su origen bien lejos, que han sido planificados muy aguas
arriba y para los cuales se han gastado ingentes sumas de dinero. Y, sin
embargo, es así.
Apenas comenzado
el 2014, se cumplió el vigésimo aniversario del programa fijado en El Cairo en
1994, sobre los “derechos de la salud sexual y reproductiva”. Entre estos
derechos hay algunos buenos, como por ejemplo, el acceso a los medicamentos contra
el SIDA o la promoción de la leche materna, pero hay otros malos como la
contracepción, la esterilización, el aborto y la inclusión de los “nuevos
derechos” LGBT. Según las Naciones Unidas, los objetivos del Cairo no han sido
plenamente alcanzados y, por lo tanto, la Asamblea General ha aprobado el
programa Cairo Beyond 2014, y lo ha
unido con los Objetivos del Milenio (Millennium Development Goals) que
culmina en el 2015. El conjunto ha sido relanzado hasta el 2030.
La unión entre
objetivos del Cairo y Objetivos del Milenio es un gran trabajo estratégico, hecho
por los autores de los “derechos de la salud sexual y reproductiva”. Para una
muchacha de un país pobre, poder acceder gratuitamente a la píldora del día
después o al aborto, será considerado un derecho tal como poder ir a la escuela
o acceder al agua potable. Los así llamados “derechos sexuales y reproductivos”
serán equipados a los derechos humanos ligados al desarrollo.
Marguerite
Peeters, en dos artículos publicados en el
“Boletín de Doctrina social de la Iglesia”, del Observatorio Cardenal Van Thuân, explica bien qué quiere conseguir la ONU en los próximos 15 años en el
campo de los “nuevos derechos”.
El primer
punto es que se insistirá aún más a fondo en la contracepción, apuntando en particular a la difusión de la píldora del día después que,
según los expertos de la ONU, hasta ahora no ha sido adecuadamente promovida.
En segundo
lugar, las Naciones Unidas y sus agencias trabajarán para insertar los nuevos
derechos de salud sexual y reproductiva
entre los derechos universales del hombre en cuanto tal, de manera que los
Estados que no los respeten puedan ser denunciados y condenados y será impedida
o prohibida la objeción de conciencia.
En
tercer lugar, se ha decidido favorecer un cambio cultural y religioso “desde el
interior”, o sea, comprometiendo como partners a las asociaciones culturales y
a las familias religiosas. La estrategia es muy sencilla y astuta: junto a la
contracepción y el aborto, la agenda presenta también objetivos moralmente
compartibles; entonces, se presentan como un único paquete, de manera de
enganchar a las ONG religiosas o al voluntariado misionero y, mientras tanto,
se cambia desde el interior su propia visión.
Está previsto también un ingreso
masivo en las escuelas, comenzando por las dedicadas a la infancia.
Como se ve, estas indicaciones
que Peeters ha extraído de los documentos
oficiales de las Naciones Unidas y de los informes de sus agencias demuestran
que lo que estamos constatando en el valle se decide aguas arriba. ¿Y por
quién? Por una casta de personas que no son elegidas democráticamente, son designadas
por sus gobiernos o son el fruto de la burocracia del Palacio de Cristal. Es
una casta que decide la ética mundial y elabora proyectos financiados por
poderosas Fundaciones privadas, por corporaciones globales o por grupos farmacéuticos
internacionales.
La misma Marguerite Peeters, en su libro recientemente publicado en
Italia, “Il gender. Una questione politica e culturale” (San Paolo) explica muy bien que
alrededor de las
cumbres como la del Cairo giran muchos actores no gubernativos,
“una potente red de Partners ideológicamente alineados… que amplían de manera
exponencial y capilar el campo de influencia y de aplicación de sus normas. Escuelas,
movimientos femeninos, autoridades locales, sindicatos, asociaciones juveniles,
ONG de desarrollo, organizaciones caritativas, medios de información,
ambulatorios locales e instituciones sanitarias, mundo de la moda y la
diversión, círculos culturales, comunidades religiosas, etc., son expuestos
inexorablemente”.
Con esto el
cuadro está completo. Hace tiempo se distinguía entre gobierno y governance. La Doctrina
social de la Iglesia habla de la necesidad de una autoridad mundial, pero
siempre la ha entendido como una governance y no como un gobierno. La palabra governance siempre ha reclamado la pluralidad
subsidiaria. Pero ahora nos encontramos con una governance que es peor que un gobierno mundial. Existe
una planificación central, extendida y ramificada. Se habla de consenso, pero
se trata de un consenso extorsionado por el adoctrinamiento, las presiones
sobre los Estados, la igualación por lo bajo, que chantajea a los gobiernos de
los países pobres con una inundación de dinero.
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