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martes, 10 de febrero de 2015

¿QUIÉN DIRIGE LA ÉTICA MUNDIAL?

Hace dos días, El Espectador me sometió a una larga entrevista, en la que la familia fue el tema principal. Me han llegado varios comentarios positivos y de los otros, como era de esperar. 

Diariamente leo, entre otras informaciones y comentarios, el boletín La Bussola Quotidiana. Un artículo que apareció ayer me pareció de particular interés: ayuda a saber dónde estamos parados. Lo traduje y aquí está.  

LA LUCHA CONTRA LA FAMILIA Y LA VIDA EMPIEZA EN LA ONU
Stefano Fontana



Cuando constatamos que la ideología de género entra en la clase de nuestros hijos, o que está empeñada en distribuir sin receta a nuestras muchachas la píldora del día después, o que tal asociación de voluntariado para el desarrollo se ha declarado a favor del aborto, normalmente no pensamos que estamos delante de hechos que tienen su origen bien lejos, que han sido planificados muy aguas arriba y para los cuales se han gastado ingentes sumas de dinero. Y, sin embargo, es así.

Apenas comenzado el 2014, se cumplió el vigésimo aniversario del programa fijado en El Cairo en 1994, sobre los “derechos de la salud sexual y reproductiva”. Entre estos derechos hay algunos buenos, como por ejemplo, el acceso a los medicamentos contra el SIDA o la promoción de la leche materna, pero hay otros malos como la contracepción, la esterilización, el aborto y la inclusión de los “nuevos derechos” LGBT. Según las Naciones Unidas, los objetivos del Cairo no han sido plenamente alcanzados y, por lo tanto, la Asamblea General ha aprobado el programa Cairo Beyond 2014, y lo ha unido con los Objetivos del Milenio (Millennium Development Goals) que culmina en el 2015. El conjunto ha sido relanzado hasta el 2030.

La unión entre objetivos del Cairo y Objetivos del Milenio es un gran trabajo estratégico, hecho por los autores de los “derechos de la salud sexual y reproductiva”. Para una muchacha de un país pobre, poder acceder gratuitamente a la píldora del día después o al aborto, será considerado un derecho tal como poder ir a la escuela o acceder al agua potable. Los así llamados “derechos sexuales y reproductivos” serán equipados a los derechos humanos ligados al desarrollo.

Marguerite Peeters, en dos artículos publicados en el “Boletín de Doctrina social de la Iglesia”, del Observatorio Cardenal Van Thuân, explica bien qué quiere conseguir la ONU en los próximos 15 años en el campo de los “nuevos derechos”.

El primer punto es que se insistirá aún más a fondo en la contracepción, apuntando en particular a la difusión de la píldora del día después que, según los expertos de la ONU, hasta ahora no ha sido adecuadamente promovida.
En segundo lugar, las Naciones Unidas y sus agencias trabajarán para insertar los nuevos derechos de salud sexual y reproductiva entre los derechos universales del hombre en cuanto tal, de manera que los Estados que no los respeten puedan ser denunciados y condenados y será impedida o prohibida la objeción de conciencia.
En tercer lugar, se ha decidido favorecer un cambio cultural y religioso “desde el interior”, o sea, comprometiendo como partners a las asociaciones culturales y a las familias religiosas. La estrategia es muy sencilla y astuta: junto a la contracepción y el aborto, la agenda presenta también objetivos moralmente compartibles; entonces, se presentan como un único paquete, de manera de enganchar a las ONG religiosas o al voluntariado misionero y, mientras tanto, se cambia desde el interior su propia visión.
Está previsto también un ingreso masivo en las escuelas, comenzando por las dedicadas a la infancia.

Como se ve, estas indicaciones que Peeters ha extraído de los documentos oficiales de las Naciones Unidas y de los informes de sus agencias demuestran que lo que estamos constatando en el valle se decide aguas arriba. ¿Y por quién? Por una casta de personas que no son elegidas democráticamente, son designadas por sus gobiernos o son el fruto de la burocracia del Palacio de Cristal. Es una casta que decide la ética mundial y elabora proyectos financiados por poderosas Fundaciones privadas, por corporaciones globales o por grupos farmacéuticos internacionales.


La misma Marguerite Peeters, en su libro recientemente publicado en Italia, Il gender. Una questione politica e culturale” (San Paolo) explica muy bien que alrededor de las 
cumbres como la del Cairo giran muchos actores no gubernativos, “una potente red de Partners ideológicamente alineados… que amplían de manera exponencial y capilar el campo de influencia y de aplicación de sus normas. Escuelas, movimientos femeninos, autoridades locales, sindicatos, asociaciones juveniles, ONG de desarrollo, organizaciones caritativas, medios de información, ambulatorios locales e instituciones sanitarias, mundo de la moda y la diversión, círculos culturales, comunidades religiosas, etc., son expuestos inexorablemente”.

Con esto el cuadro está completo. Hace tiempo se distinguía entre gobierno y governance. La Doctrina social de la Iglesia habla de la necesidad de una autoridad mundial, pero siempre la ha entendido como una governance y no como un gobierno. La palabra governance siempre ha reclamado la pluralidad subsidiaria. Pero ahora nos encontramos con una governance que es peor que un gobierno mundial. Existe una planificación central, extendida y ramificada. Se habla de consenso, pero se trata de un consenso extorsionado por el adoctrinamiento, las presiones sobre los Estados, la igualación por lo bajo, que chantajea a los gobiernos de los países pobres con una inundación de dinero.



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