A nadie le entusiasma que lo
operen del corazón, ¡Dios nos libre! No hace falta explicarlo, es indudable.
Durante la Cuaresma, sin embargo, le decimos a Dios cantidad
de veces, que sí, que queremos someternos a una operación “a corazón abierto”,
a un auténtico trasplante: “¡Oh Dios,
crea en mí un corazón puro! Renuévame por dentro con espíritu firme”.
Es un ruego de primera importancia, puesto que Jesús alaba a
los “limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios”. Lo que importa, entonces, es que hagamos propia la petición
renovándola con la mayor frecuencia, como nos lo propone la liturgia de la
Iglesia.
¿Qué es un corazón puro? No sé si han visto la película Tierra de María. En ella aparecen los
testimonios de personas tan distintas como un antiguo médico abortista, una
bailarina de Las Vegas, una modelo colombiana y otras más, que en un momento de
sus vidas tuvieron un “encuentro” con la Virgen y cambiaron su existencia. El
común denominador de todas ellas, cuando hablan de lo que les sucedió, es la
insistencia en una misma idea: es necesario orar, hablar con Dios, con la ayuda
de María, desde el fondo del propio corazón.
Un corazón puro no es el que está “incontaminado”. Más bien,
es el del hombre o la mujer que han sido capaces de bajar a la profundidad más
honda de su existencia y, sin miedo, han reconocido la propia culpa y la
necesidad de ser sanados por Dios: “¡Crea
en mí un corazón puro!”, porque que yo solo no puedo hacerlo.
Los testimonios que aparecen en la película, coinciden
también en la paz y la alegría que les dio el encuentro con Dios: esas personas
descubrieron un día que el amor misericordioso de Jesús por cada uno supera
todo lo imaginable.
El camino ordinario de la operación cardíaca fue
una Confesión bien hecha, salvajemente sincera, en la que después de admitir
sin vueltas las culpas, cada uno deja que Dios haga su obra en el corazón y le “renueve por dentro con espíritu firme”:
conmueve en la película, por ejemplo, el testimonio de una antigua mujer de la
vida, que dice con sencillez de niño que ya no se dedica a la prostitución, que
nunca más lo volvió a hacer desde que encontró el amor de Jesús…
Quiero animar a
todos, en esta Cuaresma, a pedirle a Dios, por medio de María, que cree en cada
uno de nosotros un corazón puro. El Papa Francisco nos anima, especialmente, a luchar
para que no nos domine la indiferencia, una actitud propia de quienes están
cómodos, instalados en sí mismos y cerrados, de hecho, al amor de Dios y a los
demás. Solamente teniendo un corazón puro, desprendido de nosotros mismos,
podremos conseguirlo.
En esta operación
de trasplante –cambiar el corazón viejo por uno nuevo creado por Dios- es
indispensable la colaboración con el médico divino: la oración, el ayuno y la
limosna son los medios que tenemos al alcance de la mano. Una oración más
sincera; la privación de tantas cosas a las que estamos apegados (defectos del
carácter con los que no luchamos; egoísmo; orgullo; estar pendientes de lo que nos
da placer…) y la entrega no sólo de dinero, sino de la limosna de nuestra
caridad, que se expresa en mil detalles de la vida ordinaria.
Que la Virgen
Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra nos ayude a vivir con alegría esta
bendita Cuaresma.