¡El tiempo corre tan rápido!... Parece
que fue ayer cuando prendíamos la primera vela de la corona de Adviento… En
todo caso, lo importante es que, al inaugurar el primero de estos cuatro
domingos que nos separan del nacimiento de Jesús, es Él mismo el que nos sale
al encuentro y, por medio del evangelio de san Marcos, nos dice tres veces:
“¡Estén prevenidos!”.
Antonio
Machado lo entendió bien y escribió: Yo amo a Jesús, que nos dijo: Cielo y tierra pasarán./ Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará./ ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?/ Todas tus palabras fueron una palabra: Velad.
Esta fue la actitud que mantenían los pastores de Belén,
cuando un ángel les anunció que había nacido un Niño: “estaban velando sus
ganados”, estaban prevenidos, no fuera cosa que viniera un lobo o un ladrón a
llevarse sus ovejas.
¿Frente a qué peligro tenemos que andar vigilantes?
Frente al elemental peligro de
dormirnos, de bajar la guardia en el alma y permitir, sin darnos cuenta, que se
metan en ella modos de pensar, actitudes, palabras y conductas que no son
compatibles con lo que Dios tiene derecho a esperar de cada uno.
Tan fuerte es la corriente mundana y, quizás aún más, tan
“razonadas sinrazones” las que se difunden por los medios de comunicación y se
difunden desde las esferas del gobierno,
que vivimos en un permanente peligro de que se apague el sentido crítico.
“¡Estén prevenidos!”. Porque si no lo estamos terminaremos pensando, por
ejemplo, que “los tiempos han cambiado y hay diferentes clases de familias”;
que “es un atraso el matrimonio para toda la vida”; que “lo mejor es primero irse
a vivir juntos”…
Son sólo tres de entre muchos ejemplos, que tienen en común
un apagón de lo que es y debe ser la familia, el tesoro precioso de la familia.
Que el Papa Francisco haya convocado un Sínodo extraordinario de obispos, que
se celebró en setiembre pasado y continuará en octubre de 2015, para estudiar
los desafíos que plantea la familia, es una iniciativa elocuente de la necesidad
de ¡estar prevenidos!
No es fácil, para los padres de hoy, decirles que NO a los
hijos, de corregirlos cuando viven ensimismados con el celular y el feibu, o hacen planteos de programas de
verano improcedentes. No es fácil ponerles límites claros, razonados y
exigirles que los cumplan. No es fácil… Pero, por el bien de ellos, es
necesario hacerlo. Si no, además, cuando tengan que formar ellos su familia, no
sabrán que el matrimonio es renuncia alegre, pero renuncia; sacrificio
enamorado, pero sacrificio… Serán infelices y, si tienen hijos, los educarán
como peleles.
El Adviento nos lleva a
la celebración más entrañable de todas: el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios y
de María. La Navidad es la fiesta grande de la familia: ¡Dios ha querido formar
parte de una familia! ¿Cómo no cuidarla con el mayor cuidado?
Estar prevenidos,
vigilantes, no es una actitud negativa: es la defensa natural de lo más valioso
que tenemos. Cuando estuvo entre nosotros el Papa san Juan Pablo II, dijo algo
que es todo un programa que llena de esperanza: “son las familias cristianas
las que harán que nuestro mundo vuelva a sonreír”.
Que la Santísima Virgen,
centro del Adviento, obtenga para todos la gracia de estar alerta, prevenidos. Les
deseo, desde ahora mismo, una ¡Muy Feliz Navidad!
+ Jaime
Obispo de Minas
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