En torno a la beatificación de Don Álvaro
del Portillo, se han publicado relatos y
comentarios sobre su personalidad y el afecto que suscita en personas de gran
parte del mundo.
En la
ceremonia, celebrada el pasado 27 de septiembre en Valdebebas, una zona en la
periferia de Madrid, hubo más de cien mil asistentes, llegados de unos ochenta
países. En su crónica para La Razón, Álvaro de Juana
describe la multitud: “Los miles de personas que acudieron a Valdebebas, donde
tuvo lugar la ceremonia en un espacio de 200.000 metros cuadrados ,
desprendieron entusiasmo por los cuatro costados, al mismo tiempo que
permanecían en un constante ambiente de oración”. Y destaca un detalle: “Una
cola inmensa esperaba para confesarse en alguno de los confesionarios
portátiles que se encontraban más próximos. En todo el recinto se distribuyeron
80, que permanecieron ocupados durante toda la celebración y a los que se
acercaron muchos jóvenes”.
Protagonistas, las familias
Por su parte,
Francesco Ognibene dice en Avvenire: “Esta ceremonia madrileña,
solemne y sencilla a la vez, ha tenido por protagonistas a las familias,
llegadas a millares de todas partes del mundo, movidas por la gratitud y el
afecto que guardan por un sacerdote que se prodigó por enseñarles el ‘secreto’
de la santidad cristiana aprendido de Escrivá: buscarla en la vida cotidiana”.
Una muestra de ello, añade, es que “que de los 13.300 relatos llegados al
postulador de la causa de beatificación, Javier Medina Bayo, para documentar
los favores atribuidos a la intercesión de don Álvaro, la mayor parte se
refiere a gracias relacionadas precisamente con la vida familiar”.
“Yo quiero a don Álvaro porque me
cuida. Está siempre conmigo” (José Ignacio Ureta, 11 años)
Uno de esos favores fue la curación que la Iglesia reconoció como un milagro otorgado por
intercesión de Álvaro del Portillo. El niño chileno José Ignacio Ureta era un
bebé de menos de un mes cuando se recuperó inexplicablemente de una prolongada
parada cardíaca. Hoy tiene 11 años, y el 27 de septiembre estuvo presente en la
beatificación. Carmelo Pérez hizo una entrevista a sus
padres para El Mundo. La madre, Susana Wilson,
dice: “No éramos grandes creyentes cuando pasó todo. De misa semanal, si acaso.
Ni siquiera conocíamos bien la vida de don Álvaro. Pero esto nos ha cambiado
por dentro”.
Carmelo Pérez concluye así: “Cuando
aparece el pequeño Cote, así le llaman, no son necesarias más explicaciones. Su
sonrisa habla por él. ‘Aquí soy del Atlético de Madrid, pero mi equipo es el
Colo-Colo’, asegura mientras se acerca a la pila donde recibió el bautismo
Álvaro del Portillo. Y luego en privado, a solas con el periodista: ‘Yo quiero
a don Álvaro porque me cuida. Está siempre conmigo’. Así, mirando a los ojos y
con la espontaneidad de quien improvisa, de quien no repite una lección
aprendida. Siempre con una sonrisa inmensa”.
Encontré a Cote al terminar la Misa de la beatificación; la foto la sacó su paciente madre...
Una persona cercana
El Papa Francisco, en su carta al actual prelado del Opus Dei, Mons. Javier
Echevarría, con motivo de la beatificación, anotó una raíz de la difundida
simpatía hacia don Álvaro. “Especialmente destacado era su amor a la Iglesia,
esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano,
lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los
demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en
momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san
Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la
caridad sincera”.
En una entrevista de
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo enAlfa y
Omega, Mons. Echevarría recuerda que “muchos, aunque le conocieran
solo por unos minutos de conversación, coincidían en destacar que les había
transmitido una gran paz, que no era la paz de la quietud o de la
impasibilidad, sino la de saberse querido por una persona que enfocaba las
diferentes cuestiones con la perspectiva de lo realmente importante”.
Álvaro del Portillo era “acogedor con
todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que
construye” (Papa Francisco)
Esa experiencia tuvo Mark Nwagwu, que recuerda la visita pastoral a su país,
Nigeria, que hizo el beato Álvaro en 1989. Y lo describe en estos términos: “Un
hombre con un amor inmenso a la vida ordinaria; te daban ganas de invitarle a
casa a comer”.
O, como
explica Mons. Echevarría en un artículo publicado
en La Razón: “Su estatura
humana, profesional y eclesial no le alejó de la gente; al contrario, su
sencillez, su humildad, su naturalidad, su amable buen humor y su espontaneidad
de carácter favorecían que conectase fácilmente con los demás y que entablara
desde el primer momento una relación de confianza y amistad con muchas
personas”. Pues “la santidad –recordaba Álvaro del Portillo– no consiste en
alcanzar una especie de ‘perfección’ que nos sitúe por encima de los demás,
sino en cultivar el amor que nos coloca al servicio de todos los que nos
rodean”. Y en efecto, como señala Mons. Echevarría, don Álvaro “desde muy joven
dedicó muchas horas a la atención de familias pobres y niños abandonados de
Madrid. Y lo cumplía mientras compatibilizaba sus estudios de ingeniero de
Caminos con su trabajo como ayudante de Obras Públicas, para contribuir al
sostenimiento de su familia”.
Iniciativas
También el Papa dice en su carta que
“en el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos
los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de
evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los
hermanos”.
Un buen
número de tales iniciativas surgieron en África, continente que Álvaro del
Portillo visitó en varias ocasiones.Luis Franceschi, decano de la escuela de Derecho en Strathmore
University (Kenia), comenta en Daily Nation, de Nairobi, que don
Álvaro “animó constantemente a las autoridades de la universidad a buscar
medios y recursos para que nadie quedara privado de educación”.
También
“impulsó la creación de Kimlea Training Centre en Limuru, donde mujeres de
zonas rurales aprenden tareas domésticas,catering y a poner en marcha negocios, a fin de
que puedan elevar su nivel de vida y escapar del ciclo de pobreza causado por
la explotación que sufren los trabajadores ocasionales”.
Tras citar algún ejemplo más,
Franceschi concluye: “Así hacen los santos. No hacen la guerra por su cuenta,
no van por libre; consiguen resultados moviendo a otros, mediante el ejemplo,
con audacia y determinación, a ser buenos y hacer el bien. Así es como los
santos cambian el mundo”.
(Aceprensa)
1 comentario:
Yo estuve el día de la beatificación de Don Álvaro del Portillo, fue un día muy importante para muchas personas. Vinieron mucha gente desde distintos paises, los cuales disfrutaron con todos los demás.
Opus Dei
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