Se me ha muerto una amiga, de la que hablé varias veces
en este blog: el domingo pasado, a los 97 años, Mercedes Salisachs se fue al
Celo.
Le doy gracias a Dios porque pude conocerla y disfrutar
de su amistad. Era una mujer excepcional. De la calidad literaria de sus cuarenta novelas, ya se ha escrito mucho y más se escribirá. Aquí sólo quiero destacar
algo de la última, publicada el año pasado.
Mercedes era la escritora en castellano más longeva del
mundo. Pero a este dato hay que añadir otro, esencial: fue escritora hasta el final de su larga vida, porque la sostuvo su fe. Quiero
decir que si a los 96 años publicó su última novela, fue porque sentía la
necesidad, en estos tiempos complicados, de compartir con mayor urgencia la luz de su fe. De ahí el tema que
decidió abordar, superando la natural limitación física propia de una persona de su edad.
En septiembre de 2011 estuve almorzando con Mercedes en su
casa. Me contó entonces el argumento en el que trabajaba. Era la historia de un
sacerdote que no había sido fiel a su vocación, como lamentablemente, me dijo, hoy se
dan tantos casos. Y la verdad es que este sacerdote amaba su vocación, ¡la
quería mucho!, continuó. Pero ella no lo dejaba en paz… ¡Figúrese, hasta fue a
buscarlo cuando se marchó a Roma!, me confió en voz baja, con verdadera tristeza,
como si me hablara de alguien conocido…
Mercedes estaba en silla de ruedas y con la mano
izquierda paralizada. Escribía con la derecha, apoyando el papel en la otra. Su
nieta Alejandra, que en los últimos años fue su sombra, día y noche, pasaba después lo escrito al procesador.
El argumento de la novela –me dijo que la titularía Puerta giratoria; luego lo cambió y dejó
este título en la segunda parte del libro- me pareció tan bueno que la animé a
continuar y me ofrecí a ayudarla… Mercedes era una mujer que vivía en la
presencia de Dios; de aquí su humildad -tomó mi ofrecimiento hasta un extremo
inimaginable- y también la serenidad con la que hablaba de su muerte.
El 22 de noviembre recibí su mail:
Le mando mi
Puerta Giratoria. Ya la he terminado. Ninguno de mis asesores habituales la ha
leído todavía. Espero su opinión antes de que la lean ellos. Si a usted le
parece que hay algo equivocado, por favor mándeme el folio corregido, para que
lo cambie.
Supongo que
Puerta Giratoria será mi última novela. Estoy muy cansada y también pierdo
vista. Los años pesan mucho. Pero que sea lo que Dios quiera. Estoy en Sus
manos y sólo espero lo que Él disponga.
Tres días más tarde volvió a escribirme con dolor y
humor al mismo tiempo:
Desgraciadamente
después de terminar mi novela, me he quedado hecha un acordeón inservible: mis
ojos ya no funcionan y mi edad está acentuando enormemente mi
agotamiento.
Por favor no se
apresure a leer mi novela, no sufra porque todavía no voy a darla al editor. De
momento la voy a entregar a uno de mis asesores, pero lo que me preocupa es
que, como hay datos que pertenecen al Vaticano, aunque me he informado todo lo
que he podido, a lo mejor me he equivocado y eso es lo que más me interesa, ya
que no me gustaría dar por bueno algo errado. Por tanto tiene Vd. tiempo
suficiente para contestarme los detalles de mis posibles errores. Estamos en
fechas próximas a la Navidad y supongo que estará usted lleno de asuntos
importantes.
Insisto, no se
preocupe, olvídese de mi y ya me mandará las páginas que crea equivocadas.
Leí la novela de un tirón (es dramática y magnífica) y le
envié algunas correcciones. El 2 de diciembre me envió un agradecimiento
desproporcionado y nuevas informaciones sobre su salud:
Apreciado Monseñor y buen
amigo:
Sólo unas líneas
para decirle que he adaptado mi novela a todas sus sugestiones. Para mi ha sido
un regalo que ha dado punto final a la obra que le mandé. De momento no voy a
editarla porque "El Cuadro" (su
anterior novela) todavía funciona, pero
creo que he hecho bien en arreglarla ahora porque estoy perdiendo vista y llevo
ya una semana enferma. No sé si me repondré, porque cuando quiero levantarme,
me noto sin fuerzas.
Quiero
insistirle en lo mucho que le agradezco todo lo que ha hecho por mí.
No le olvido en
mis oraciones y gracias porque sé que Vd. no me olvida en las suyas.
Con mi
agradecimiento, reciba un cordialísimo saludo.
Mercedes.
Dos días antes
de Navidad volvió a informarme:
Me he repuesto
bastante de mi enfermedad, pero he dado un bajón terrible. Tengo el ojo
izquierdo que casi no lo puedo abrir del escozor que me produce porque cada vez
que tengo un "achuchón", ese ojo que me operaron hace años, se rebela
y vuelve a dar la lata.
Mucho agradezco
sus oraciones y su interés por preocuparse por mi salud, pero la edad no
perdona y yo ya me estoy viendo con un pie en el otro mundo.
La mano derecha,
con la que escribía, me empieza a flojear como la izquierda y me da la
impresión de que pronto me voy a quedar sin mano.
Todo se lo
ofrezco a Dios y Él que decida.
Pasaron algunos meses. En marzo de 2012, frente a mi
aliento para que la publicara cuanto antes, me escribió con completa
normalidad: seguramente se edite después de mi muerte. Alejandra se
encargará de llevarlo a cabo. Y añadía: En cuanto a mi salud, desgraciadamente no
mejoro, pero tengo la esperanza de que el tratamiento al que me estoy
sometiendo, aunque es duro, dará sus frutos cuando llegue la Pascua.
Me alegra mucho
saber que va a ir a Roma a dar una conferencia en septiembre. Si todavía vivo,
será un autentico privilegio volver a recibirlo en mi casa para charlar un
largo rato con usted.
Un año más tarde, en septiembre del 2013 pude verla en su
casa. Llevaba meses en cama, con periodos mejores y peores. Le dije que había
visto su novela en varias librerías, con su título definitivo, muy “suyo”: El caudal de las noches vacías. Casi no
le entendí lo que habló, pero estaba asombrosamente serena y, como siempre, de buen humor. Le di una bendición hasta
el Cielo.
El 5 de mayo pasado, seis días antes de morir, recibí
este mail:
Muy
apreciado Monseñor:
Qué alegría saber que el primer tramo de Nuestra
Señora del Verdún ya está completado y los peregrinos pueden ir a rendir
homenaje a la Virgen. (Mercedes había colaborado generosamente con las obras del Santuario).
Por aquí hemos pasado un invierno difícil y un
inicio de primavera complicado. La abuela lleva más de un mes con unas flemas
en las vías altas que no la dejan tranquila y desde ayer se encuentra con
fiebre y con antibióticos. Le pido a Dios que podamos tratar la infección
en casa sin necesidad de ingresar en una clínica.
Muchísimas gracias por acordarse de nosotras.
También aquí le tenemos presente y hablamos de Vd. siempre con un gran cariño.
Con todo nuestro afecto y deseando que siga
fortaleciéndose día a día en su fe, le mandamos un fuerte abrazo.
Mercedes y Alejandra