Ayer
terminé de leer una novela de Susanna Tamaro, que había comprado en Madrid en
setiembre del año pasado (o sea, hace tres meses). Se titula Para siempre y tiene apenas 188 páginas. Si no la acabé hasta
ayer no fue por falta de tiempo, la verdad, sino que el argumento no había conseguido
atraparme, vaya uno a saber por qué.
Cuando
decidí terminarla, sin embargo, y acometí la lectura de las últimas 60 páginas,
encontré algo “para siempre” que quiero compartir.
A
un cierto punto, su vagar sin ningún destino le lleva a hacer “a todas las personas dispuestas que
encontraba la misma pregunta: - ¿Quién es Dios?
Recibí muchísimas respuestas y todas
diferentes:
- Dios es el sol. – Dios es el
viento. Dios es alguien a quien temer. – Dios es nadie. – Dios es alegría. –
Dios es un amo que no quiero tener. – Dios es mi sexo. – Dios es alguien que
nos castigará. - ¿Dios? Nunca lo he pensado. – Dios es una voz que llama. –
Dios es un sueño de nuestra mente. - ¿Dios?
¿Qué Dios? ¿El mío, el tuyo, el nuestro, el suyo? - ¿Dios? Es energía.
Empezando el año nuevo, me parece
que es necesario (forzoso, ineludible, obligatorio, inexcusable), llenar de
aire los pulmones del alma y decidirse a plantearse y a plantear la misma
pregunta.
Y es que si uno tiene presente
aquello de Malraux, “el siglo XXI será
religioso o no será”, y se toma en serio el impulso que Francisco está dándonos
para que anunciemos la noticia siempre nueva de que Dios quiere entrar en la vida
de los hombres para darnos la verdadera paz, entonces cada día de este año se
transformará en una aventura.
Mateo tuvo que pasar las de Caín
para encontrar finalmente la paz. Su historia termina mientras recuerda el
rostro radiante de una anciana que había conocido en un pueblito durante su largo
peregrinaje…
Vestía de negro y estaba sentada en un banco. Con sus nudosas manos, desgastadas
por el trabajo, sujetaba un bastón. Me senté a su lado y cuando le pregunté: “¿Quién
es Dios?”, ella me respondió:
- Dios es una criatura a la que hay que cambiarle los pañales.
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