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viernes, 10 de enero de 2014

LA PREGUNTA CLAVE

            Ayer terminé de leer una novela de Susanna Tamaro, que había comprado en Madrid en setiembre del año pasado (o sea, hace tres meses). Se titula Para siempre y  tiene apenas 188 páginas. Si no la acabé hasta ayer no fue por falta de tiempo, la verdad, sino que el argumento no había conseguido atraparme, vaya uno a saber por qué.
            Cuando decidí terminarla, sin embargo, y acometí la lectura de las últimas 60 páginas, encontré algo “para siempre” que quiero compartir.

      Mateo, el protagonista, es un hombre que lleva en el alma una mochila muy pesada. Después de haber perdido a su esposa y a su hijo, y de haber encarado la existencia por caminos equivocados, vive solo en un bosque.
            A un cierto punto, su vagar sin ningún destino le lleva a hacer “a todas las personas dispuestas que encontraba la misma pregunta: - ¿Quién es Dios?
            Recibí muchísimas respuestas y todas diferentes:
           - Dios es el sol. – Dios es el viento. Dios es alguien a quien temer. – Dios es nadie. – Dios es alegría. – Dios es un amo que no quiero tener. – Dios es mi sexo. – Dios es alguien que nos castigará. - ¿Dios? Nunca lo he pensado. – Dios es una voz que llama. – Dios es un sueño de nuestra mente.  - ¿Dios? ¿Qué Dios? ¿El mío, el tuyo, el nuestro, el suyo? - ¿Dios? Es energía.
Empezando el año nuevo, me parece que es necesario (forzoso, ineludible, obligatorio, inexcusable), llenar de aire los pulmones del alma y decidirse a plantearse y a plantear la misma pregunta.
Y es que si uno tiene presente aquello de Malraux,  “el siglo XXI será religioso o no será”, y se toma en serio el impulso que Francisco está dándonos para que anunciemos la noticia siempre nueva de que Dios quiere entrar en la vida de los hombres para darnos la verdadera paz, entonces cada día de este año se transformará en una aventura.
Mateo tuvo que pasar las de Caín para encontrar finalmente la paz. Su historia termina mientras recuerda el rostro radiante de una anciana que había conocido en un pueblito durante su largo peregrinaje…
Vestía de negro y estaba sentada en un banco. Con sus nudosas manos, desgastadas por el trabajo, sujetaba un bastón. Me senté a su lado y cuando le pregunté: “¿Quién es Dios?”, ella me respondió:

- Dios es una criatura a la que hay que cambiarle los pañales.

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