Que los sacerdotes tenemos que "oler a oveja" es un modismo favorito del papa Francisco, con el que nos anima a salir al encuentro de cada una de ellas, sin esperar a que vengan. Desde esta mañana, el "cura gaucho", José Gabriel del Rosario Brochero, es un nuevo intercesor para los sacerdotes de todo el mundo, sobre todo, como es lógico, para quienes tan cerca nos encontramos de los pagos por los que, montado en su mula, anduvo buscando y acercando al redil a miles de ovejas, rebeldes muchas de ellas...
Excmo. Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
BUENOS AIRES.
Querido hermano:
Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es
una alegría y una bendición muy grande para los argentinos y devotos de este
pastor con olor a oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre
por estar bien cerca de Dios y de la gente, que hizo y continúa haciendo
tanto bien como caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido.
Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula
malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200
kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa a los
bisabuelos y tatarabuelos de ustedes, para preguntarles si necesitaban algo y
para invitarlos a hacer los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a
peinar ovejas.
El Cura Brochero era una visita del mismo Jesús a cada
familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de oraciones con la
Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo invitaban con mate,
charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo entendían porque le
salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús.
José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la
oración. Apenas llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para hacer los ejercicios espirituales con os padres jesuitas. ¡Con cuánto sacrificio cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para rezar en Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa Casa de Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el crucifijo para conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de Jesús, y todo culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote lleno de caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia!

Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo
misionero, esta valentía de su corazón compasivo como el de Jesús que lo hacía
decir: «¡Ay de que el diablo me robe un alma!», lo movió a conquistar
también para Dios a personas de mala vida y paisanos difíciles. Se cuentan por
miles los hombres y mujeres que, con el trabajo sacerdotal de Brochero, dejaron
el vicio y las peleas. Todos recibían los sacramentos durante los
ejercicios espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de la fe para ser
buenos hijos de Dios, buenos hermanos, buenos padres y madres de familia,
en una gran comunidad de amigos comprometidos con el bien de todos, que se respetaban
y ayudaban unos a otros.

En una beatificación es muy importante su actualidad
pastoral. El Cura Brochero tiene la actualidad del Evangelio, es un pionero en
salir a las periferias geográficas y existenciales para llevar a todos el
amor, la misericordia de Dios. No se quedó en el despacho parroquial, se
desgastó sobre la mula y acabó enfermando de lepra, a fuerza de salir a buscar
a la gente, como un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús
quiere hoy, discípulos misioneros, ¡callejeros de la fe!
Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de
nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la
misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yome-mi-conmigo-para mí» del
egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con
la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para
encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el
cuerpo al trabajo.
Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el
sacrificio de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad
de cada persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final:
continuaba rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso.
Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo,
en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con
Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al
hermano, a tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios.
Solo así gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la
felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo. Pido al Señor les conceda esta gracia, los bendiga y
ruego a la Virgen Santa que los cuide.
Afectuosamente,
FRANCISCO
Vaticano, 14 de septiembre de 2013