De la JMJ podría escribir mucho más, pero tengo que poner un punto final. Reproduzco ahora una nota que me pidió el semanario Serrano, de Minas. Las fotos también ayudan a hacerse una idea más completa de esos días inolvidables.
Cuando el Beato Juan Pablo II se fue al
cielo, una multitud incalculable de personas de todo el mundo hicieron cola
durante días y noches para pasar delante de su cuerpo expuesto en San Pedro y
darle el último saludo. Mientras se preparaba la elección de su sucesor, el
futuro Papa, cardenal Ratzinger, sintetizó esa espontánea manifestación mundial
de veneración y cariño exclamando: “¡La Iglesia está viva!”.
Entré en una parroquia cuando estaban en Misa, en el momento del Padrenuestro. Eran jóvenes belgas y alemanes.
Lo mismo hay que decir ahora, cuando
terminaron unos días realmente históricos, en los que el Papa Francisco se dio
a conocer, no sólo a los jóvenes sino a la población de toda la Tierra: ¡la
Iglesia está viva! Y ésta, su vitalidad encarnada en chicas y chicos de los
cuatro puntos cardinales, es un gran motivo de esperanza.
Si uno se dejara llevar por las
noticias que día a día reproducen los medios de información, tendríamos motivos
de sobra para el pesimismo. Pero el caso es que el bien no hace ruido (y el
ruido no hace bien). En la JMJ se ha visto el bien: un torrente de alegría
sana, de una serena felicidad contagiosa: no hubo ni una sola palabra fuera de
tono, ni una borrachera, ninguna agresión, cero droga…
Todo termina en esta vida, también la JMJ. Pero se animaban muchos despidiéndose "hasta Cracovia"...
Y no sólo. La JMJ, guiada por los gestos y las palabras del Papa Francisco, fue un himno de esperanza en los jóvenes, que de a ratos lo interrumpían para exclamar con entusiasmo: ¡esta es la juventud del Papa! Asimismo, más aún que sus cantos y exclamaciones, sorprendía el silencio que guardaban cuando así lo reclamaba el momento: en concreto, durante la adoración a la eucaristía en la vigilia de oración del sábado y en la Misa del domingo. No es para nada frecuente que más de 3 millones de jóvenes estén juntos y en completo silencio…
Y no sólo. La JMJ, guiada por los gestos y las palabras del Papa Francisco, fue un himno de esperanza en los jóvenes, que de a ratos lo interrumpían para exclamar con entusiasmo: ¡esta es la juventud del Papa! Asimismo, más aún que sus cantos y exclamaciones, sorprendía el silencio que guardaban cuando así lo reclamaba el momento: en concreto, durante la adoración a la eucaristía en la vigilia de oración del sábado y en la Misa del domingo. No es para nada frecuente que más de 3 millones de jóvenes estén juntos y en completo silencio…
Copacabana al día siguiente...
Alegría y cantos por las calles de Río;
cánticos sagrados y recogimiento silencioso en los tiempos de oración: en este
clima maduraron, estoy seguro, tantas y tantas decisiones de tomarse en serio a
Jesucristo, como dijo Francisco, y de armar
lío en todas partes, como animó a los jóvenes: un lío fruto del amor a Jesús y traducido en servicio a los demás.
De la Diócesis de Minas salió un ómnibus
oficial, digamos, y otras muchas personas lo hicieron por otros medios. Los
tres obispos de Montevideo, el de Melo, de Salto, de San José y de Mercedes,
con el que esto escribe, fuimos testigos privilegiados de la JMJ. Más de 3.500
jóvenes uruguayos viajaron hasta Río, acompañados por más de un centenar de
sacerdotes.
Nos encontramos en el aeropuerto de Río, volviendo a casa. Son de la parroquia de los Palotinos. Cansados, pero aún con fuerzas para sonreír.
El Papa no sólo invitó, sino que nos
empujó a todos a salir a anunciar que Jesucristo vive y a dar a conocer la hermosura
de creer en Él. Esto no es ninguna novedad en la Iglesia, es el ABC de su
pertenencia. Pero el ejemplo de Francisco ha sido un removedor de la fe: su
sencillez, su energía, su ilimitada entrega y su servicio, son el punto de
referencia para llevar a la práctica, con renovada esperanza, el lema de la
JMJ: Vayan y hagan discípulos entre todas
las naciones. Uruguay incluido, naturalmente.
¡Vamo'arriba: a evangelizar!
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