Pasado mañana estaré en Río de Janeiro. Voy a la Jornada Mundial de la Juventud para
conocer al Papa Francisco y para participar en este encuentro que, desde 1984, es un encuentro con la esperanza de la
Iglesia.
Recuerdo que al volver de la Jornada en Sidney, en 2008,
Sofía, estudiante de Ciencias Económicas, me dijo: - ¡Entendí lo que es la
Iglesia! Le pedí que se explayara un poco…
- Entendí varias
cosas sobre la Iglesia: la primera, que habla en todos los idiomas: quiero
decir que, a pesar de que éramos cientos de miles de jóvenes de países y lenguas diferentes, no me
pregunte cómo pero nos comunicábamos a la perfección. La segunda, que la
Iglesia no son sólo los sacerdotes y los obispos… Esto, que parece obvio, en la
Jornada lo percibí muy claramente: cada uno de nosotros es la Iglesia; los que
forman la jerarquía la representan oficialmente, pero todos somos la Iglesia y
tenemos la responsabilidad de buscar la santidad, de ser apóstoles y de tratar de mejorar el mundo. Y la
tercera cosa es que… ¡no estoy sola! ¡Somos muchos los que pensamos que eso es posible!
Varios miles de chicas y chicos
uruguayos emprendieron viaje a Río; de nuestra Diócesis de Minas, más de un
centenar. No sé si voy a encontrarlos en el maremagnum
de gente… Pero lo importante no es esto: lo que realmente interesa es que
todos y cada uno encuentren a Jesús y, como Sofía, entiendan bien que el futuro
de la Iglesia se juega en el hoy de cada CUAL.
En este sentido, son bien claras
las ideas del Papa Francisco. Una vez me decía un sacerdote muy sabio, que estamos
frente a una situación totalmente opuesta a la que plantea la parábola del
pastor, que tenía noventa y nueve ovejas en el corral y fue a buscar a la que
se perdió: tenemos una en el corral y noventa y nueve que no vamos a buscar.
Creo sinceramente que la opción básica de la Iglesia, en la actualidad, no es
disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo otro, sino salir
a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre. (…) A una
Iglesia que se limita a administrar el trabajo parroquial, que vive encerrada
en su comunidad, le pasa lo mismo que a una persona encerrada: se atrofia
física y mentalmente. O se deteriora como un cuarto encerrado, donde se expande
el moho y la humedad. A una Iglesia autorreferencial le sucede lo mismo que a
una persona autorreferencial: se pone paranoica, autista.
Chesterton escribió alguna vez que siempre hablamos de los
jóvenes como la esperanza del futuro y, cuando éste llega, se parece
sospechosamente al presente… Traigo esto a cuento porque puede que ayude a no caer en la
tentación, tan cómoda como estéril, de gastar las horas hablando de las
dificultades que hay para dar a conocer a Jesucristo… Lo que Él nos pide es
que, cada uno en su sitio, trate de ser coherente, nada más: con
naturalidad, que explique su modo de pensar y de vivir que, aun con errores,
intenta seguir lo que Jesús nos enseñó y la Iglesia nos propone.
Ya les contaré más acerca de la JMJ
en Río. Estoy persuadido de que, cuando termine, caeremos en la cuenta de que
ha sido un nuevo Pentecostés: sin bochinches, cada joven (¡y también los menos jóvenes!) sentirá que en su corazón arde un rubí, una brasa que contagia su calor como sin querer.
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