Se lo deseo sinceramente: no
es papa el plan del viaje que empieza hoy. Dios quiera que las buenas ideas que
lleva consigo se concreten, para bien de todos.
En estas líneas de despedida sólo quisiera pedirle que,
cuando visite al Papa Francisco, no deje de hablarle de un tema que me preocupa
mucho. Le cuento.
Hace dos años y medio, cuando empecé mi gestión como Obispo
de Minas, una de las primeras visitas que recibí fue la de dos Hermanas de una
comunidad religiosa, que el Papa seguro conoce muy bien: las Pobres Bonaerenses
de San José.
Habían venido a saludarme, nada más, porque estaban cerrando
el colegio que tenían en Solís de Mataojo, que se encuentra en mi jurisdicción.
Las encontré tristes, la verdad sea dicha. Y, al contarme la historia,
comprendí bien la pena que sentían.
Llevaban en el pueblo más de cuarenta años, ¿se da cuenta?
Habían sacado a pulso un colegio, por el que pasaron generaciones de mujeres y
de hombres, de Solís y de toda la zona. Les pregunté por qué se iban…
- Monseñor, no podemos más. Tomar esta decisión nos ha
costado muchísimo. ¡Tenemos un cariño enorme al pueblo! Y la gente nos quiere
de verdad…
-
¿Entonces?
- Lo que pasa es que no damos más. Nos pasamos la vida
organizando kermesses, festivales, domas, ventas económicas…, en fin, todo lo
que se imagine, para poder subsistir. Nosotras no cobramos sueldo, pero las
maestras, los profesores, la gente de la limpieza, todo el mundo cobra, como
debe ser, y nosotras no damos abasto. Nos vamos haciendo mayores, ¿entiende?
Nos cuesta demasiado seguir sacando el colegio a pulmón…
Las Pobres
Bonaerenses de San José se fueron de Solís y sus pobladores no tienen ahora, ni
pagando, la libertad de elegir la enseñanza para sus hijos.
Usted sabe,
Presidente, que el caso al que me refiero se repite, triste e injustamente, en
todo el país, porque el Estado no le da un mango a la enseñanza privada.
Usted empieza su
viaje cuando Casavalle se ha convertido en el Chiapas del Uruguay. ¿Sabe, Presidente?
Creo que no está hecho un estudio sobre el perfil religioso de esos muchachos
que matan y se matan por unos gramos de droga,
pero estoy seguro de que en su inmensa mayoría jamás oyeron hablar de
Dios, ni de Jesús, ni de los mandamientos… Ahí, en Casavalle, hay un buen número
de instituciones católicas cuyos directores se rompen el lomo para subsistir y,
a pesar de no recibir ni un peso y de pagar religiosamente el impuesto a Primaria, siguen trabajando para hacer, de esos chicos, hombres y mujeres como
Dios manda. ¿No le parece que, de una buena vez, ya es hora de solucionar este asunto y que
reciban del Estado lo que es justo?
Sólo quería decirle
estas cosas al empezar su viaje, porque
es un tema que el Papa Francisco, como usted, tiene muy en su corazón y seguro
que hablando con él le encontrará la vuelta. Que la Virgen del Verdún lo
acompañe.
1 comentario:
Muy buena. Al grano. Se trata de una injusticia del Estado, porque esas instituciones forman ciudadanos, educan, civilizan, al menos tanto como la educación de gestión pública (para no hacer comparaciones odiosas). Además, en los hechos, como Ud. lo evidencia, al final termina yendo contra la libertad de elección de los padres, primeros responsables de la educación de sus hijos.
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