Como era previsible,
en el Senado de la República se aprobará el proyecto que equipara el matrimonio
con las uniones homosexuales. El Poder Ejecutivo no pondrá dificultades y, con
su firma, consumará una gravísima injusticia.
Es así por varios
motivos. El primero de ellos es que el matrimonio y las uniones homosexuales son
realidades diferentes y, por tanto, deben ser tratadas de manera diferente.
El matrimonio ha sido,
y lo será siempre, la relación estable y abierta a la vida entre un hombre y
una mujer: esto lo enseñan el sentido común y la historia de las culturas. Las
uniones homosexuales, en cambio, son distintas en cuanto que, por definición,
es imposible en ellas la apertura a la vida. Entonces, ¿a qué viene el empeño por
identificar una y otra realidad, cuando es obvio que no tienen nada que ver
entre sí?
Se afirma que no poder
acceder al matrimonio sería, para las personas homosexuales, un acto
discriminatorio. Me remito a la Corte Europea de Derechos Humanos, que en junio de 2010 resolvió que no existe
un derecho humano al casamiento entre personas del mismo sexo: el derecho al
matrimonio es de un varón en relación con una mujer y de una mujer con un
varón. Los tribunales francés, alemán o español han dicho lo mismo.
Quienes pretenden la
equiparación del matrimonio con las uniones homosexuales aluden también a los
sentimientos: si un hombre quiere a otro hombre y una mujer a otra mujer y
desean vivir juntos, ¿por qué no van a poder casarse? Parecería olvidarse que
la función del Derecho no es proteger los sentimientos de las personas. ¿Acaso se legisla sobre la amistad o las antipatías? Cuando se contrae matrimonio no se
legaliza el amor de los contrayentes, sino su unión sexuada, es decir, la
entrega y la recepción mutua de dos personas en cuanto que son varón y mujer, lo
cual no sucede entre dos personas del mismo sexo. Lo que protege la ley son
sobre todo las obligaciones patrimoniales a las que da lugar el matrimonio. Se
puede preguntar: ¿esto no está suficientemente contemplado en la ley de uniones
concubinarias? ¿Por qué entonces la obstinación de legalizar como matrimonio
una realidad que, por definición, nunca lo será?
En el proyecto se
incluye otro tema de extremada importancia: las parejas del mismo sexo podrán
adoptar niños. Se argumentará que, de no poder hacerlo, se las estaría
discriminando.
Pienso que, en
realidad, nadie tiene derecho a adoptar, ni los homosexuales ni los
heterosexuales. La adopción consiste en darle una familia a un niño que no la
tiene, y no un niño a una familia. La adopción no es un derecho de los adultos,
sino un derecho de los niños a tener un padre y una madre. ¿Se tiene esto en
cuenta?
Ahora que en el Senado ya estarían los votos
para aprobar la ley, pienso que es necesario volver al artículo 40 de nuestra
Constitución, en el que se proclama solemnemente que la familia es la base de nuestra sociedad y, en consecuencia,
el Estado velará por su
estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la
sociedad.
El proyecto de ley del que hablamos, ¿es
realmente una expresión del interés del Estado por la familia? ¿No se ha
pensado que legislando en favor de una minoría, se discrimina a la inmensa
mayoría de los matrimonios y familias uruguayos? Todos ellos, hasta ahora, se
llaman lo que son: marido y mujer. A partir de la ley, los que se casen serán
“cónyuge A y cónyuge B”. ¿Es justo cambiar el Código Civil de manera tan
grotesca?
Hay
bastante más para decir, pero lo anotado parece suficiente. El gobierno aprobó
el asesinato de los niños en el vientre de sus madres; ahora, cambia la
naturaleza del matrimonio. Enseguida después vendrán las leyes en favor de la
eutanasia y también de la eugenesia, rotuladas de otra manera, claro. ¿Este es el progreso social que queremos los
uruguayos?
En 2010, cuando el mismo tema que hoy
nos ocupa iba a debatirse en el parlamento argentino, el Cardenal Jorge
Bergoglio escribió lo que sigue, que comparto por completo: Aquí está en
juego la identidad y la supervivencia de la familia: papa, mamá e hijos. Está
en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano
privándolos de la maduración humana que Dios quiso que se diera con un padre y
una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en
nuestros corazones.
Más adelante
también escribió: No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha
política, es la pretensión destructiva del plan de Dios. No se trata de un mero
proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´´movida´´ del
padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios.
1 comentario:
Monseñor, por qué los uruguayos nos dormimos en los laureles? Por qué nos dejamos "caminar" sin oponer resistencia ante tanta maldad? Gracias por despertar nuestras conciencias con sus llamados de buen pastor.
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