Domingo de mañana en
Minas. A las 8 de la mañana hice lo más importante: celebrar la Santa
Misa.
Hay viento fuerte que anuncia tormenta. Hojeo el diario: la tormenta está instalada entre nosotros.
Hay viento fuerte que anuncia tormenta. Hojeo el diario: la tormenta está instalada entre nosotros.
Me
entero de que se va a reglamentar la ley de la eutanasia, con la correspondiente
objeción de conciencia de los médicos. Leo también que los matrimonios siguen
descendiendo, en favor de las uniones libres de todo vínculo formal. Dos páginas
más adelante, informa el diario sobre el empeño oficial por legalizar, o sí o
sí, el consumo de marihuana.
Recuerdo que está pendiente
la legislación sobre la fecundación asistida y, en cosa de semanas, la
aprobación de la ley que equipara las uniones homosexuales con el matrimonio.
No es una tormenta,
sino un huracán ideológico que, aparentando defender defender los derechos
humanos, va camino de arrasar la misma idea de persona que está consagrada en
nuestra Carta Magna: “la enumeración de
derechos, deberes y garantías hecha por la Constitución, no excluye los otros que son inherentes a la personalidad humana…”
(art. 72).
Pienso que es necesario
empezar por aquí, por esta declaración básica, para estar en
condiciones de plantarse frente al huracán: ¿qué quisieron expresar los
legisladores, al aprobar nuestra ley fundamental, cuando declararon solemnemente
que toda persona goza de unos derechos que le pertenecen por el hecho mismo de
ser persona? ¿Lo han estudiado a fondo nuestros legisladores?
En todo caso, es obvio que el primero y
fundamental de esos derechos, el derecho
a la vida, ha sido criminalmente violado con la aprobación del aborto. Desde
este punto de partida, vale todo ¿o no?
¿Es posible defenderse del huracán? Sí, es posible, aunque más no sea para
que la conciencia personal no pierda claridad en su juicio. Quisiera invitarlos a conocer qué dice la
Iglesia Católica acerca de los temas que hoy tenemos planteados. Quien se tome
el trabajo de leer alguno de los enlaces, verá que se trata de un pensamiento
de validez permanente y universal, que desarrolla las consecuencias de una
respuesta razonable y razonada a esta pregunta: ¿qué es el hombre? Desde aquí se podrá avanzar en el conocimiento
de los fundamentos que tienen los derechos, deberes y garantías inherentes a la
personalidad humana.
El punto de partida es la dignidad de la persona, de la cual se desprende la obligación de respetarla desde que es concebida hasta la muerte: aquí aparece el crimen del aborto, se encara
el problema del sufrimiento humano y de la eutanasia.
Últimamente se dice que
la paternidad es un derecho y, en consecuencia, que se debe legalizar la
práctica de la fecundación asistida. ¿Es realmente así? ¿Todo lo que se puede hacer técnicamente, es moralmente bueno?
Por otro lado, ¿corresponde a la dignidad del hombre y la mujer, y es justo equiparar las uniones homosexuales y el matrimonio?
¿Y la marihuana? ¿Será
un camino válido, para combatir el narcotráfico, legalizar su consumo?
Hoy somos víctimas del huracán ideológico del género: ¿cuál es su origen, cuáles sus manifestaciones?
No sé si hay algún procedimiento en tierra para combatir los huracanes. En el caso que nos ocupa, la salida se encuentra en la institución familiar, cuya base es el matrimonio, el de siempre y para siempre.
Mañana empieza el Cónclave
del que saldrá el nuevo sucesor de Pedro. Ya lo queremos y rezamos por él: estará en el ojo del huracán.
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