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viernes, 5 de octubre de 2012

POLONIA Y SU ALMA (3)


Dos días antes de terminar mi estadía en Polonia, el P. Stefan, mientras me entregaba un libro me dijo: - Es para leerlo en el avión, te va a interesar, lo escribió mi madre.
 Me lo devoré. Ludmila M. Dabrowski de Moszoro escribió sus Memorias 1939-1945, con el único interés de dar a conocer la verdad de lo que pasó en su patria durante la segunda guerra mundial. “A conciencia, dice, evité la pormenorizada descripción de la barbarie y crueldad de los dos totalitarismos”, nazi y comunista. Lo que ha sacado de sus recuerdos, no obstante, es más que suficiente para hacerse cargo de que el hombre es capaz de conjugar en todos los tiempos y modos posibles, el verbo sufrir: en voz activa y pasiva: sufrir y hacer sufrir.

Al mismo tiempo, por algunos datos que incluye como Apéndice en el libro, queda claro que Polonia fue el país más sufrido de Europa, antes, durante y después de la guerra. Por ejemplo: en 1939 tenía 32 millones de habitantes; en 1946, 23. Alrededor de 3 millones de judíos polacos fueron exterminados en las cámaras de gas. Cerca de 200.000 niños polacos, esmeradamente seleccionados, fueron llevados a Alemania, donde familias “adoptivas” les despojaron irreparablemente de su origen. La URSS se anexó casi la mitad del territorio polaco de preguerra, con una población de 13,5 millones de habitantes. Se perdieron más de 6 millones de vidas polacas. De ellas se estima que 600 mil murieron en combate y operaciones militares; 4 millones fueron asesinados o masacrados por los ocupantes; 1 millón fallecieron en cárceles y campos de trabajo.
En este cuadro incompleto y terrible, ha sido precisamente Polonia la "base" desde la que se ha provocado un inmenso tsunami, que hoy cubre el mundo, proclamando la misericordia divina y la necesidad de practicarla entre los hombres. La responsable de semejante iniciativa fue una humilde mujer de pueblo, casi sin instrucción, que gastó sólo 33 años de vida metida en un convento. Todo esto, humanamente hablando, no tiene lógica; pero así escribe Dios la historia del mundo.
Hoy, 5 de octubre, es la fiesta de santa Faustina Kowalska, la gran difusora de la misericordia divina. Es su fiesta porque en esa fecha, en 1938, se fue de este mundo antes de que comenzara el infierno de la guerra mundial.
En 1965, siendo arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla, comenzó el proceso de canonización de Sor Faustina. Juan Pablo II la beatificó el 18 de abril de 1993, primer domingo después de Pascua y, siete años más tarde y en el mismo domingo, fue canonizada por el mismo Pontífice. La elección de la fecha es importante: fue santa Faustina quien recibió del Cielo el encargo de que el primer Domingo después de Pascua se celebrara en toda la Iglesia el “Domingo de la Misericordia Divina”.
El 12 de setiembre pasado, a las 8 de la mañana, encontrándome en Varsovia, tuve el privilegio de celebrar la Santa Misa en la sede central de las Hermanas de la Divina Misericordia: Misa en latín, Lecturas en polaco, homilía en castellano traducida en simultáneo por el P. Stefan. Al terminar, la Superiora General me entregó una reliquia de santa Faustina, en un precioso relicario.

En muchas iglesias de nuestro país, y en todo el mundo, se venera la imagen que fue pintada según las indicaciones que la santa recibió de Jesús, con quien hablaba de tú a TÚ. La invocación “Jesús, confío en ti” se ha difundido también por todas partes…
Conforme pasan los días y el de hoy compite en maldad –en pecado- con el anterior, el recurso a la misericordia divina se hace más necesario. El alma de Polonia, su historia antigua y reciente, está marcada a fuego por el sufrimiento. Y fue el sufrimiento el que engendró a una mujer santa, elegida para extender el mensaje de que Dios quiere cubrir con su misericordia la miseria humana. También vino de Polonia un Papa santo, experto en sufrir y en amar, que se fue de este mundo la víspera del primer Domingo después de Pascua, precisamente, mientras a los pies de su cama se celebraba la Misa del Domingo de la Misericordia Divina.      

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