Al llegar a
Uruguay después de tres semanas largas de ausencia, un sopapo me devuelve a la
realidad: por un solo voto, la Cámara de diputados aprobó la legalización del
aborto.
Sabía que
sería así: en el programa de gobierno está clarísimo: se llevarán a cabo
“políticas tendientes a recuperar terreno sobre lo avanzado en materia legal en el campo de los Derechos Sexuales y Reproductivos, incluyendo la despenalización del aborto" (p. 75).
Ahora, el
futuro de los niños por nacer está en las manos de los senadores de la
República. No me hago ninguna ilusión de que este cuerpo legislativo diga algo nuevo. Como se ha visto a lo largo de estos meses, aunque un millón de
sabios declaren que la vida humana empieza no después de 12 semanas, sino en el momento
mismo de la concepción de la criatura, más puede la ideología que las razones. Entonces,
¿qué hacer?
Le pido
prestada la respuesta al P. Popieluszko, santo mártir cuya torturada sotana (al sacerdote lo desfiguraron a golpes) tuve entre mis manos. Refiriéndose al sindicato Solidaridad, –y las ideas sirven para el caso que nos ocupa-, decía en una de sus homilías:
(…) aquello que entra en el corazón, que está profundamente
ligado al hombre, no se puede arrancar por ninguna orden o prohibición.
Quiero recordarles una historia que ocurrió en
el continente africano, en un país consumido por el hambre, en el que uno de
los gobernantes prohibió a sus propios súbditos utilizar la palabra “hambre”,
con la amenaza de pena de muerte. Anunció después de esto a todo el mundo que
el problema del hambre en su país ya no existía. ...
En nuestro país,
hermanos, el hambre existe y existirá. SOLIDARNOSC representa la esperanza de
apagar el hambre en el corazón del hombre,
el hambre de amor, de justicia y de verdad. No se puede pisotear esta
palabra y fingir que pertenece a un pasado poco loable. En todo el mundo esta palabra se pronuncia con respeto. (…) Nosotros
tenemos el deber de seguir cultivándola en nuestro interior y de compartirla
con nuestros hermanos. Hace falta quitarnos el peso del miedo que nos paraliza,
que inmoviliza los corazones y mentes de los hombres. Repito aquí una frase que
habéis oído con frecuencia: “Sólo debemos tener miedo de traicionar a
Cristo por cuatro monedas de estéril tranquilidad”.
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