Los
de mi generación recordarán una película con ese título. No me pregunten de qué
trataba: creo que era un alegato contra la pena de muerte, pero no recuerdo más.
(Incluso no estoy seguro si la habré visto, ¡qué cosas tiene la desmemoria!). Pero el título
me saltó como un resorte, a raíz de la
conmoción social que han causado los enfermeros asesinos.
Y es que, ubicando el horror y la
tragedia en el contexto de nuestros legisladores preparándose para legalizar el
aborto, ¿cómo no va a responder un reflejo tan elemental?
Mientras se buscan los responsables
últimos, los que permitieron que se desatara la demencia criminal de dos
hombres (sus cabezas corren peligro de guillotina política), simultáneamente se
busca la estrategia adecuada, para que todos
los enfermeros puedan cortar las cabezas de los niños en el vientre de
sus madres y mandarlos al otro mundo. Me
pregunto qué clase de asesinato es más repugnante.
No soy milagrero ni
providencialista, pero la coincidencia entre el macabro descubrimiento de los enfermeros
asesinos y la premura por dar patente legal para que maten “a piacere” a los
niños (¡por favor, Presidente Vázquez, grite las razones por las que vetó
semejante aberración!), me lleva serenamente a pensar que “casualidad”
es una palabra inadecuada para calificar
la concurrencia de ambos hechos.
Uno de los criminales, arrepentido de lo que hizo, declaró: “me creí Dios”. Para mí que Dios está intentando decirnos que cambiemos de rumbo, que por ahí vamos a caer en picada, definitivamente. ¿Alguien podrá decir con orgullo: "Sí, es verdad, en Uruguay somos todos asesinos"?
Uno de los criminales, arrepentido de lo que hizo, declaró: “me creí Dios”. Para mí que Dios está intentando decirnos que cambiemos de rumbo, que por ahí vamos a caer en picada, definitivamente. ¿Alguien podrá decir con orgullo: "Sí, es verdad, en Uruguay somos todos asesinos"?
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