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miércoles, 7 de marzo de 2012

DEL PENÚLTIMO AL ÚLTIMO



Querido Daniel:

Desde el domingo pasado, cuando recibiste la ordenación episcopal, ya no soy el último de los obispos uruguayos: ¡soy el penúltimo! Caí en la cuenta cuando alguien, al terminar la ceremonia -"¡preciosa, se fue el tiempo sin darme cuenta!" decía feliz- me lo hizo notar. Entonces pensé que esta "cartelera virtual", como la definió una feligrés original de por aquí, era el sitio adecuado para transmitirte una experiencia (solo una, porque una cosa es no ser ya el último y otra perder de vista que toda mi "experiencia episcopal" cabe en un almanaque de quince meses. El que sí tiene TODAS las experiencias habidas y por haber es Monseñor Cáceres, que el 19 celebrará -celebraremos, la Iglesia entera- sus ¡Bodas de Oro! episcopales. Me han dicho que, con él, sólo son tres los obispos del mundo que participaron en el Concilio... Por lo que voy conociendo a Mons. Cáceres, él lleva puestas sus experiencias, por así decir: hay que mirarlo nomás y aprender... Pero me estoy yendo de tema).
Volviendo entonces a lo mío... Durante la ceremonia de tu ordenación, la verdad es que reviví la mía y puse mucha atención a las preguntas que te hizo el Arzobispo en nombre de la Iglesia y a tus respuestas que, obviamente, fueron las mismas que yo dí.
Son preguntas muy fuertes, ¿verdad?: ¿Quieres consagrarte hasta la muerte al ministerio episcopal?... ¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Cristo? ¿Quieres conservar íntegro y puro el depósito de la fe?... ¿Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro?... En fin, a medida que iba escuchando éstas y otras preguntas que ahora mismo salteo, me sentí francamente indefenso. La última casi terminó conmigo: ¿Quieres rogar continuamente a Dios todopoderoso por el pueblo santo y cumplir de manera irreprochable las funciones del sumo sacerdocio? 
No sé bien cómo superé el no esconderme debajo del sillón en el que estaba... Pero sí lo sé. Fue justamente ahí, al escuchar tu respuesta firme Sí, quiero, con la gracia de Dios, cuando en uno de los primeros bancos encontré "la experiencia", la única que puedo transmitirte.
No sé quién era, no sé cómo se llamaba, pero es lo de menos: vi a una vieja rezando. Fue suficiente, me devolvió la paz.
Te aseguro, Daniel, que cada día me siento más deudor de las viejas de iglesia. Lo digo con auténtica veneración hacia ellas. Son mujeres anónimas, las más de las veces, que llegan a la Catedral de Minas o a la parroquia del barrio, y se pasan largos ratos sin hacer nada... Sin hacer más que rezar delante del Santísimo o desgranando las cuentas del rosario frente a una imagen de la Virgen. 
Aunque también hacen otras cosas. Hace unos días, en el atrio de la Catedral coincidí con una de ellas. Subía los escalones apoyando la mano derecha en la baranda y sosteniéndose con el bastón en la otra. Era evidente su esfuerzo; y sonreía.
La saludé. Me dijo, sin darle ninguna importancia: - Esta Cuaresma se me está haciendo más difícil... Y ya tengo 93 años, qué va'cer. Hasta el año pasado venía caminando de mañana y volvía a mi casa caminando; y de tarde, lo mismo. Pero ahora ya no puedo, sólo lo hago una vez. Pero Jesús ya sabe... Bué, ta luego Monseñor.
Uno siempre está mirando para adelante y piensa en la gente joven: "ustedes son el futuro, son la esperanza", les decimos,  y es verdad. Pero el tesoro más valioso son las viejas de la iglesia, qué querés que te diga: nosotros tenemos que ser los cimientos de la Iglesia; ellas son las que nos sostienen para que no caigamos. ¡Si no fuera por esas mujeres!
Estoy seguro, Daniel, de que no te descubro nada nuevo con este comentario. En todo caso, te agradezco  haberme dado pie a un mínimo tributo a esas mujeres llenas de años y de Dios. 
Un abrazo de tu hermano,
+ Jaime   

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