De vuelta en Minas, es tiempo de hacer algún balance limeño. Más allá de mil cosas que se han dicho ya sobre la capital peruana (es una ciudad pura vida, muy joven, muy alegre, con una gente encantadora; su tráfico es un caos milagroso, debería haber mil accidentes por minutos y no los hay, etc. etc.) llega muy a lo hondo la fe de sus hombres y mujeres: salta a la vista. Es la mayor riqueza que tiene la ciudad y, según parece, todo el Perú.
La fe católica les viene de muy lejos. Se expresa en el arte sagrado de sus iglesias, en sus imágenes, en las pinturas. Y, sobre todo, en la piedad de los peruanos. Apunto botoncitos de muestra.
El jueves pasado conocí la casa de Santa Rosa de Lima. No es un lugar de turismo, sino de una devoción a la Patrona del Perú y de América más que arraigada. En el jardín de la casa me llaman la atención unas mujeres que, apoyándose donde pueden, escriben, Pienso que deben ser postales para enviar a sus parientes o amigos. Me equivoco por completo. En papeles con sobre incluido, están encomendándole a la Santa sus intenciones y, seguramente, agradeciéndole favores que ella les ha hecho.

Terminan de escribir y se dirigen al aljibe de la Santa, que está cubierto por una reja. Me asomo y veo en el fondo un respetable montón de cartas… Me dicen que nadie vacía ese pozo: Santa Rosa se encarga de llevarse la correspondencia.

Visito la Iglesia de las nazarenas, donde se venera la imagen del Señor de los Milagros. Es una advocación que arrastra a millones de limeños. Una señora joven, con un niño en el cochecito, se acerca para decirme: - Fíjese, Padre, que desde el embarazo este niño venía muy mal. Y yo le pedí al Señor de los Milagros que lo sanara. ¡Y está perfectamente bien! Ahora vine a agradecerle. ¿Me da su bendición?
Fui a la Iglesia de San Pedro, de los jesuitas, y casi me caigo de espaldas. Es una belleza que las fotos no alcanzan a describir. El religioso español que me atiende tiene muy buen humor: - Aquí estamos 17 sacerdotes y nos llaman la gasolinera: hay de 97, de 94, de 90, de 84… (Se refiere a los octanos de la nafta que anuncian las estaciones de servicio). Yo soy el más joven y tengo 87. ¿Ha visitado ya la iglesia? ¿Qué le ha parecido? – Psss, comento en plan de broma. No está mal… - Venga, le enseño la sacristía.
Bueno, qué quieren que les diga. Veo las pinturas de Bernardo Bitti, del siglo XVII. Estoy disfrutando un himno a la fe. Los peruanos crecen en este ambiente. Aunque sólo fuera por contagio, algo se les pegaría. Pero hay mucho más: hay familias en las que se reza; hay colegios en los que enseñan el contenido de la fe; hay sacerdotes que gastan muchas horas confesando; hay santas y santos peruanos. Volví a mi casa pensando y soñando en nuestro Uruguay queridísimo…