No pretendo hablar de mí mismo, pero seria un sin sentido pasar esto por alto: el domingo 30 de octubre, en nuestra Catedral, por primera vez administré el sacramento de la Confirmación.
Fueron 22 personas (mayoría de chicas; algunas señoras un poco menos jóvenes y también varones) las que recibieron al Espíritu Santo. Este motivo permanente de alegría adquirió más relevancia, desde que la divina presencia estuvo acompañada por bastante polvo, procedente de las obras de restauración de la Capilla del Santísimo. Fue una circunstancia con sentido…
Esas mujeres y hombres son ahora, como todos los que recibimos de una vez para siempre el sacramento de la Confirmación, “templos del Espíritu Santo”, como nos califica San Pablo. ¡Casi nada! Hay que meditarlo despacio… y compartir esta misteriosa, estremecedora, real y maravillosa consecuencia: “¡glorifiquen a Dios en su cuerpo!” (1 Corintios 6, 20).
Hay que entenderlo bien: no dice el apóstol que haya que glorificar al cuerpo (tampoco pide, por supuesto, menospreciarlo) sino que glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que habita en nosotros, en esta inseparable unidad de alma y cuerpo que somos cada uno, y que terminará con la muerte.
Las consecuencias de esta divinización personal son muchas, imposibles de enumerar en pocas palabras. Por ejemplo: preguntarme cómo fomento en mí la presencia de Dios; cómo cuido o descuido mi cuerpo; cómo me visto… o me malvisto; cómo trato a los demás, que también son templos del Espíritu Santo…
En todo caso, y volviendo al polvo del que hablábamos, hay que tener presente que, para mantener limpio el divino templo que somos cada uno, Jesús dejó en su Iglesia el sacramento de la limpieza: “reciban el Espíritu Santo, dijo a los apóstoles el mismo día de su resurrección. A quienes ustedes les perdonen los pecados les quedan perdonados”…
Beba y Maruja, y un pequeño ejército de mujeres, trabajan duro para mantener limpia nuestra Catedral, y más lo harán, cuando se terminen las obras, para que la Capilla del Santísimo, corazón de la Diócesis, esté siempre resplandeciente. A quienes están “estrenando” al Espíritu Santo en sí mismos, y a todos, quisiera animarlos a esmerarse para que Dios se encuentre en cada uno “como en su casa”: porque es verdad, porque somos suyos.
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