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domingo, 11 de septiembre de 2011



Escribo desde Roma: 32 grados temperatura ambiente y bastantes más por dentro. Creo que a cualquiera le pasaría lo mismo, después de lo que estamos viviendo 119 obispos de todo el mundo, reunidos en el curso Peregrinación a la tumba de San Pedro. Encuentro de reflexión para los nuevos obispos. (Los nombrados en el último año).
El shock de la peregrinación fue esta mañana, al terminar la Misa concelebrada en la Basílica de San Pedro, que estuvo presidida por el Cardenal Marc Ouellet. Bajamos entonces en procesión a la tumba del Apóstol y nos detuvimos delante de ella para rezar. Fue apenas un momento, porque la procesión debía seguir. Pero esos instantes bastaron para que entrara en el alma, con nuevo vigor, una realidad estremecedora que dura más de veinte siglos y produce una enorme alegría: la Iglesia es, antes que nada y sobre cualquier otra consideración, un misterio.
Esto empalma directamente con lo que adelanté en el post anterior, acerca de la visita que hice, en La Aguilera, al monasterio de Iesu Communio (pinchando aquí pueden encontrar algo de su historia, y también en Youtube las pueden conocer). Durante las horas que allí estuve, de una forma y otra, hablando y cantando, lo que esas chicas confesaban con desbordante alegría era que su vida tenía sentido porque se sabían hijas de la Iglesia. En consecuencia, es un misterio sin misterio que 208 jóvenes -edad media, 30; hay cola para ingresar- se hayan decidido a amar a Jesucristo entregándole lo único valioso, en definitiva, que uno tiene para entregar: la vida.
En fin, este ha sido un botón de muestra de las impresiones que me ha despertado la peregrinación de esta maána a la tumba de San Pedro.
El Encuentro es intenso: oración solemnemente celebrada, dos conferenciass por la mañana, una o dos por la tarde, intercambio de ideas... Me enriquezco cada un día un poco más.

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