Lo de esta tarde en la JMJ ha sido único. No podía creer lo que estaba viendo por TV: un panorama asombroso, con las tomas que mostraban un mar de gente joven hasta el horizonte del aeródromo de Cuatro Vientos. Se notaba un calor del que estaba mañana me había hablado mi hermana Betty con el adjetivo "insoportable".
Pere hete aquí que esos centenares de miles de chicas y chicos estaban ahí, felices de la vida... Y, cuando llegó el Papa, rompieron a aplaudir y a vivarlo con más entusiasmo -pido disculpas por la comparación- que a Forlán cuando hace un gol.
Hubo música, cánticos y ¡vivas! a Benedicto XVI. Hubo lecturas de la Escritura. Después, cinco jóvenes le hicieron preguntas. Cuando el Papa empezó a responderles, vi con alivio que su capita roja empezaba a moverse: - Bueno, un poco de aire fresco, menos mal. Eso pensé, pero inmediatamente caí en la cuenta de que el vientito que empezaba a soplar era como si Santa Rosa se hubiera equivocado de día y de hemisferio...
Voló el solideo del Papa, que interrumpió su discurso. Se abrieron unos cuantos paraguas; soplaba y soplaba el viento. Y empezaron a caer goterones a granel.
Dos monseñores cubrieron al Santo Padre con paraguas, que debieron sujetar en las puntas para que no se los llevara el viento. Mientras, Benedicto XVI sonreía, ¡sonreía! ¡Pero si aquello era un desastre! Y los chicos de la JMJ seguían ahí, de pie, tapándose algunos como podían y, la inmensa mayoría, cantando bajo la lluvia... ¡Qué espectáculo!
No sé cuánto duró. Diez, doce minutos, quizás. Paró la lluvia y el viento, igualito a aquella vez, en el lago de Genesaret... El aire estaría más fresco, naturalmente.
El Papa continuó hablando, como si nada. Dio las gracias a los chicos, acortó su discurso preparado.
Trajeron al Santísimo. Pidieron silencio, que aquí está el Rey de reyes, que lo importante es adorarlo. Silencio completo. Apareció la magnífica custodia de Toledo y en ella fue entronizado el Señor. Silencio total: ¡un millón de jóvenes en silencio y de rodillas! Estremecía verlo. Un minuto, dos, cinco, siete... Vi lágrimas en muchas caras; recogimiento en adoración; manos entrelazadas y la vista baja, oración en serio.
Fue una catequesis fuera de lo común, de las que llegan alma. Creo que estaba todo previsto: desde arriba las cosas se ven mejor.
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