
Después del alud, los sobrevivientes tuvieron una presencia de Dios aún más intensa. Moncho Sabella, enterrado bajo la nieve, pensando que se moría, asegura: “la paz que estaba viviendo en mi muerte en el alud se debía a que me estaba muriendo bien. Porque la peor cosa que nos podía suceder en esas circunstancias era irnos con cuentas pendientes, creyendo que habíamos dejado algo deshonesto y desleal en nuestro pasaje por la Tierra”. Y recuerda que “una noche, en el fuselaje, nos preguntamos: si nos íbamos a morir el próximo día, que hubiéramos cambiado en la vida que habíamos llevado hasta entonces. Recuerdo que era una ronda en laque cada uno decía lo que sentía, uno después el otro. (...) Uno decía que se arrepentía de todas las disputas innecesarias que había tenido con su familia, otro se lamentaba de no haber dicho muchas más cosas que tenía para decir a la gente que quería, a otro le dolía haberse preocupado más de lo necesario, descuidando el disfrute de las pequeñas cosas, y cuando me llegó el turno dije que no tenía nada que cambiar, creía que no tenía ninguna asignatura pendiente. Y si me muero hoy, lo hago tranquilo de que hice lo que tenía que hacer”.
“Coche” Inciarte, a su vez, tiene siempre en presente el proceso que fue desarrollándose en su interior y las conclusiones a las que llegó cuando, habiendo partido Parrado y Canessa en busca de ayuda, ya no tenía fuerzas para nada.
“El jueves 21 (de diciembre) ni siquiera podía incorporarme, mis necesidades me las hacía encima, aunque era lo que menos me importaba, cuando hacía más de dos meses que no me sacaba los varios pares de pantalones que usaba. Esa noche, curiosamente, la pasé revalorizando todo. Había aprendido en esos últimos días de moribundo que la vida había que merecerla, no se recibía de regalo, y para merecerla había que entregar algo, fundamentalmente afecto, y vaya si lo habíamos entregado a los amigos vivos y muertos en todos esos días. Y pensaba todo eso porque me estaba preparando para morir, estaba cada vez más cerca, a tres días exactos, los contaba por horas. Todo se había truncado demasiado rápido, pero había valido la pena”.
“(…) “En una libretita apunté todo lo que quería hacer si salía vivo. Le pedía a Dios que me enseñara a llenar ese hueco inmenso que se nos había abierto, un hueco metafísico que no puede llenarse con banalidades ni con conquistas materiales. Allá arriba, en la miseria más absoluta, hallé la respuesta, encontré cómo llenarlo, y anoté lo que iba a hacer si sobrevivía, cómo iba a llenar ese hueco sin caer en las tentaciones fáciles y fútiles de la sociedad convencional. En estos años que me tocó vivir, creo que he cumplido con algunos de los deberes con los que me comprometí, lo que tengo escrito en esa libretita que guardo siempre a mi lado, porque me impide, hasta hoy, que pierda el rumbo. Es la brújula abollada que teníamos en la montaña.
“Coche” Inciarte, a su vez, tiene siempre en presente el proceso que fue desarrollándose en su interior y las conclusiones a las que llegó cuando, habiendo partido Parrado y Canessa en busca de ayuda, ya no tenía fuerzas para nada.
“El jueves 21 (de diciembre) ni siquiera podía incorporarme, mis necesidades me las hacía encima, aunque era lo que menos me importaba, cuando hacía más de dos meses que no me sacaba los varios pares de pantalones que usaba. Esa noche, curiosamente, la pasé revalorizando todo. Había aprendido en esos últimos días de moribundo que la vida había que merecerla, no se recibía de regalo, y para merecerla había que entregar algo, fundamentalmente afecto, y vaya si lo habíamos entregado a los amigos vivos y muertos en todos esos días. Y pensaba todo eso porque me estaba preparando para morir, estaba cada vez más cerca, a tres días exactos, los contaba por horas. Todo se había truncado demasiado rápido, pero había valido la pena”.
“(…) “En una libretita apunté todo lo que quería hacer si salía vivo. Le pedía a Dios que me enseñara a llenar ese hueco inmenso que se nos había abierto, un hueco metafísico que no puede llenarse con banalidades ni con conquistas materiales. Allá arriba, en la miseria más absoluta, hallé la respuesta, encontré cómo llenarlo, y anoté lo que iba a hacer si sobrevivía, cómo iba a llenar ese hueco sin caer en las tentaciones fáciles y fútiles de la sociedad convencional. En estos años que me tocó vivir, creo que he cumplido con algunos de los deberes con los que me comprometí, lo que tengo escrito en esa libretita que guardo siempre a mi lado, porque me impide, hasta hoy, que pierda el rumbo. Es la brújula abollada que teníamos en la montaña.
“Cuando salí, a los ocho meses me casé; lo hubiera hecho al mes siguiente, porque estaba en el primer lugar de la lista, pero no me hallaba en condiciones físicas, había perdido la mitad de mi peso, necesité ocho meses para recuperarme. Al año nació mi primer hijo, lo segundo en la lista, que me trajo uno de los momentos más vibrantes que he tenido en mi vida. Y después otra hija, y luego el tercero, y con ellos crecidos, criados, y con muchas otras cosas que me había impuesto, pude poner la palabra “fin” a la última hoja de esa libretita que llené con la letra trémula por el frío y el miedo, en el fuselaje del F 571”.
2 comentarios:
Vengo a dejarte un regalito de Pascua. En mi blog, está "BLOG MÁGICO". Es para ti, por tu magia para escribir.
Un abrazo,
He entrado muchas veces al blog, me gusta leer lo que escribe P Jaime, en realidad tal como dice Marga....tiene magia. No sé porqué entré especificamente a la Epopeya de los Andes, sin duda un canto a Dios y a todo lo que El nos ha dado, la vida, la familia, los amigos, el amor..y me pregunté ¿ que anotaría en una situación así en esa libretita ? Un respetuoso abrazo y gracias por este espacio.
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