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miércoles, 15 de octubre de 2008

UNA LECCION DE LITURGIA

Fui a Lourdes con ocasión del 22º Congreso Mariológico y Mariano Internacional, que se celebra cada cuatro años. De su desarrollo hablaré más adelante. El caso es que poco después de las cinco de la tarde del 5 de septiembre, al terminar una sesión del Congreso, sentí curiosidad y seguí una flecha que señalaba, al final de una rampa, "Basílica de San Pío X". Pensé que se trataba de una maquette -era la primera vez que estaba en Lourdes, aclaremos- y mi sorpresa fue superlativa cuando, al abrir la puerta, me encontré dentro de un ¡enoooooooorme! templo bajo tierra. La puerta se encuentra a la altura del altar y, hacia un lado y otro, la nave de la basílica. Me parecía increíble. Tiene una superficie de 12.000 metros cuadrados; 191 m. de larga y 61. m de ancha y caben en ella 25.000 personas. Fue consagrada el 25 de marzo de 1958 por el Cardenal Angelo Roncalli, que ese mismo año sería elegido Papa y tomaría el nombre de Juan XXIII.
Sentado en uno de los bancos, no salía de mi asombro. En el lado opuesto ensayaba un coro de más de 100 voces. En el inmenso recinto no había más de seis personas. Uno de los encargados del orden, italiano, me informó: arriba acababa de empezar la procesión eucarística de las cinco de la tarde y terminaría allí. -Si usted quiere puede esperar aquí a que llegue; ahora mismo empieza la trasmisión por TV cerrada.

Así fue. En una de cuatro grandes pantallas pude seguir la procesión. -Todos los días aquí se produce un milagro, me dijo sonriente mi interlocutor. -¿Qué sucede? -¡No pasa nada!, ese es el milagro. Verá, me explicó. Asisten a la procesión entre 6 y 10.000 personas, enfermos muchísimos de ellos. Lo natural sería que hubiera algún desmayo, un accidente, un problema... ¡Y nunca pasa nada! La procesión comienza puntualmente y llega puntualmente; la basílica se vacía sin ninguna dificultad...

A las seis menos cuarto, en efecto, comenzaron a entrar enfermos en sillas de ruedas y camillas, que los organizadores situaban con orden cerca del altar. Por un costado, sillas adornadas con globos en las que iban niños enfermos...


Después, estandartes de cofradías y carteles de distintas diócesis de Europa. Finalmente, el Santísimo Sacramento entronizado en una custodia y bajo palio, precedido por ocho personas con albas que llevaban en sus manos recipientes con incienso.


El coro canta en distintos idiomas. El sacerdote, revestido con capa pluvial, coloca el Santísimo en el altar y lo inciensa. Ahora se hace un completo silencio de varios minutos: adoramos al Señor. Luego el celebrante toma en sus manos la custodia y se dirige a un primer grupo de fieles y les da la bendición; luego, a otro; y a otro; y a otro, acompañado siempre por sacerdotes revestidos. Una vez que termina las bendiciones y se dirige a la salida llevando el Santísimo, estalla un aplauso que es pura acción de gracias a Dios.


Inolvidable, magnífica, una lección práctica de liturgia vivida hasta el detalle. El cielo al alcance de la mano.

3 comentarios:

Marga Fuentes dijo...

Leyendo tus comentarios y viendo las fotos, me dan ganas de ir a Lourdes. Y lo haré, ya verás que lo haré.
Te sigo siempre en tu blog.
Muy bueno.
Un abrazo grande

JAIME FUENTES dijo...

Hola, Marga. Me alegro que te propongas ir... ¡Vale la pena! Estoy hoy en Bellavista (cerca de Buenos Aires). Mañana vuelvo a Mvdeo. A ver si encuentro tiempo para escribir más...
Un abrazo grande,
Jaime

Anónimo dijo...

Nos dio un susto pero valió la pena la espera.
¡Muchas gracias!