Páginas

lunes, 11 de agosto de 2008

GUARDA DE ÓMNIBUS

Guarda de ómnibus, de los ómnibus que te llevan al interior del país: viajes de cuatro, cinco, siete horas sin parar casi en ninguna parte… Trabajar de guarda de uno de estos ómnibus me pareció siempre un modo francamente soso de gastar la vida… Hasta anteayer.

Con este guarda coincidí en varios viajes a Paysandú (4 horas y media) y a Salto (6 horas). Me llamó la atención su actitud: como si estuviera estrenando su profesión.

Media hora, más o menos, después de la salida, se acercaba a pedir el pasaje a cada uno de los viajeros que, ordinariamente, son (somos) habituales y conocemos el rito. Francisco, el guarda, con una medio sonrisa amable y en un susurro perceptible solamente por el interesado, preguntaba dónde bajaba: “¿en la Terminal?”. Si la respuesta era otra, la anotaba cuidadosamente en el recibo del pasaje, después de devolver al pasajero el talón.

Continuaba con el siguiente. Alguien se levanta a buscar no sé qué en el bolso que depositó en el compartimento que está encima de los asientos (yo, casi siempre, suelo olvidar algo) y Francisco se adelanta a acercarle el bolso: espera a que encuentre lo que buscaba y, como un señor, como quien hace lo que debe hacer, lo coloca en su lugar y no dice nada si le dan las gracias.

Durante el viaje, cada tres cuartos de hora o una hora, el señor guarda recorre entero, sin ningún apuro, el pasillo del ómnibus. Si un pasajero le pide una información, se la da amablemente y sin estirar el diálogo; si un niño llora (después de tres horas y media de viaje, lo tengo estudiado, los niños empiezan a llorar) le pregunta a la madre si necesita algo; si hay algún envase de refresco usado, pide permiso al dueño y lo retira...

En llegando el ómnibus a una parada en la que descienden varias personas, es normal que los guardas griten en el pasillo desde el primer asiento: “¡Plazacubaaa!”…, por ejemplo. Francisco, en cambio, se dirige a cada uno de los pasajeros y le comunica en voz baja: - Señor, estamos llegando a Plaza Cuba.

El sábado, cuando faltaban diez minutos para llegar a la estación de Tres Cruces, Francisco apareció en el pasillo y empezó a colocar en posición vertical los asientos de los viajeros que ya habían bajado. A continuación plegó las cortinas que estaban corridas, colocando cada una en su enganche. Seguidamente recogió los envoltorios de alfajores, los envases vacíos y varias cosas más que siempre quedan (es decir, que se dejan por puro descuido). Enseguida se dedicó a bajar del estante superior el sobretodo, o la campera, o la mochila, o lo que fuera de cada uno, y a darlo a su dueño. Cuando llegó a mi altura (asiento 15, pasillo), le pregunté algo y tomó asiento en el que estaba libre al otro lado. Hablamos no más de dos riquísimos minutos.

Francisco tiene 57 años y lleva treinta haciendo este trabajo: le faltan tres para jubilarse. Está casado y tiene cuatro hijos. En un tiempo fue seminarista salesiano. Está contento, muy contento de ser guarda de viajes largos. Entiende a la perfección que en cualquier trabajo, bien hecho por amor a Dios, está la santidad al alcance de la mano.

Cuando llegamos a Tres Cruces él había terminado de suavizar con la mano las arrugas de las fundas de los asientos: el ómnibus está impecable; los próximos viajeros lo agradecerán.
Al detenerse, Francisco es el primero en bajar. Ahora está ayudando a todos y a cada uno: agarra un bolso, ofrece el brazo para apoyarse, le da la mano a una anciana… Es un señor. Me despide con unas palabras cargadas de sabiduría y dichas como para sí mismo, con humor: -Si después de treinta años uno no aprendió a servir a la gente, no aprende más.

4 comentarios:

Jav·E dijo...

Me ha encantado la historia de Francisco.

JAIME FUENTES dijo...

A mí, que la viví, también: con unos pocos que trabajen con ese espíritu, casi que se cambia el mundo... ¡Gracias!

Minerva dijo...

Es como los ingleses: hacen de cualquier trabajo un verdadero oficio. Un ejemplo: los choferes de taxi o coches privados (lo saben todo, incluso, la hora de almuerzo de la anciana Reina). Adorable.

Anónimo dijo...

Me encanto la historia y aprovecho a felicitarlo por la labor "nueva" en Paysandu. Del otro lado del charco nos enteramos de todo, vio?
JOSE