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viernes, 29 de agosto de 2008

VAMOS A LOURDES

Me voy a Lourdes. Este año se cumplen 150 desde que la Santísima Virgen se apareció enla Gruta a santa Bernardita Soubirous y la Pontificia Academia Mariana Internacional organizó en ese lugar bendito, del 4 al 8 de setiembre, su 22º Congreso Internacional que tratará este tema: LAS APARICIONES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN ENTRE HISTORIA, FE Y TEOLOGÍA.

Este asunto tiene mucho interés y considero una verdadera gracia de Dios, que me concedió por medio de María, que pueda participar en esa reunión. Pero la verdad es que, antes que por el congreso, tengo verdadera ilusión de ir a Lourdes a rezar; creo que no hace falta explicar los motivos. Desde aquí aseguro a todos los visitantes de este blog que los recordaré en mi oración delante de Nuestra Señora: voy a Lourdes con todos ustedes. A la vuelta les cuento.

martes, 26 de agosto de 2008

LA VIRGEN DE SALTA


La verdad es que tengo bastante alergia a las expresiones extraordianrias de la fe: pretendidos milagros, supuestas apariciones, revelaciones de sabor apocalíptico... No puedo olvidar los innumerables comentarios que provocaba el "secreto de Fátima" (¡cuántas versiones corrieron anunciando de todo en torno a él!) hasta que Juan Pablo II lo reveló en el año 2000. -Ah, ¿era eso?, se preguntaron decepcionados los catastrofistas... Y a otra cosa, mariposa, a buscar algo nuevo extraordinario, a ser posible bien esotérico, para poder chimentar, adivinar, asegurar, discutir... Con los años, ¿se entiende?, mi alergia ha ido en aumento.

Con este temor de principio me estoy acercando a las supuestas apariciones de la Virgen en Salta, a la señora María Livia, y a los mensajes que comunica de su parte a la gente. Lo que no deja de sorprenderme son los miles de personas que han ido a Tres Cerritos y han experimentado una profunda conversión.

El fin de semana pasado, 8 ómnibus partieron de Montevideo rumbo a Salta, llevando sólo gente joven, bachilleres y universitarios en su mayoría. Se juntaron en el cerrito la friolera de 54.000 personas. Y resulta que a la vuelta, tanto en Paysandú, como en Salto y Montevideo, he recibido testimonios directos de no pocos participantes que cuentan, llenos de alegría, una experiencia de encuentro con el amor de Jesús, por medio de su Madre. Lo cuentan con asombro y naturalidad al mismo tiempo, y se les ve felices de haber descubierto, sobre todo, la grandeza incomparable de la Eucaristía y de la Confesión.

Lo dejo aquí. El arzobispo de Salta ha encomendado a una Comisión la necesaria investigación sobre la autenticidad de las apariciones de la Virgen. Habrá que esperar.

lunes, 11 de agosto de 2008

GUARDA DE ÓMNIBUS

Guarda de ómnibus, de los ómnibus que te llevan al interior del país: viajes de cuatro, cinco, siete horas sin parar casi en ninguna parte… Trabajar de guarda de uno de estos ómnibus me pareció siempre un modo francamente soso de gastar la vida… Hasta anteayer.

Con este guarda coincidí en varios viajes a Paysandú (4 horas y media) y a Salto (6 horas). Me llamó la atención su actitud: como si estuviera estrenando su profesión.

Media hora, más o menos, después de la salida, se acercaba a pedir el pasaje a cada uno de los viajeros que, ordinariamente, son (somos) habituales y conocemos el rito. Francisco, el guarda, con una medio sonrisa amable y en un susurro perceptible solamente por el interesado, preguntaba dónde bajaba: “¿en la Terminal?”. Si la respuesta era otra, la anotaba cuidadosamente en el recibo del pasaje, después de devolver al pasajero el talón.

Continuaba con el siguiente. Alguien se levanta a buscar no sé qué en el bolso que depositó en el compartimento que está encima de los asientos (yo, casi siempre, suelo olvidar algo) y Francisco se adelanta a acercarle el bolso: espera a que encuentre lo que buscaba y, como un señor, como quien hace lo que debe hacer, lo coloca en su lugar y no dice nada si le dan las gracias.

Durante el viaje, cada tres cuartos de hora o una hora, el señor guarda recorre entero, sin ningún apuro, el pasillo del ómnibus. Si un pasajero le pide una información, se la da amablemente y sin estirar el diálogo; si un niño llora (después de tres horas y media de viaje, lo tengo estudiado, los niños empiezan a llorar) le pregunta a la madre si necesita algo; si hay algún envase de refresco usado, pide permiso al dueño y lo retira...

En llegando el ómnibus a una parada en la que descienden varias personas, es normal que los guardas griten en el pasillo desde el primer asiento: “¡Plazacubaaa!”…, por ejemplo. Francisco, en cambio, se dirige a cada uno de los pasajeros y le comunica en voz baja: - Señor, estamos llegando a Plaza Cuba.

El sábado, cuando faltaban diez minutos para llegar a la estación de Tres Cruces, Francisco apareció en el pasillo y empezó a colocar en posición vertical los asientos de los viajeros que ya habían bajado. A continuación plegó las cortinas que estaban corridas, colocando cada una en su enganche. Seguidamente recogió los envoltorios de alfajores, los envases vacíos y varias cosas más que siempre quedan (es decir, que se dejan por puro descuido). Enseguida se dedicó a bajar del estante superior el sobretodo, o la campera, o la mochila, o lo que fuera de cada uno, y a darlo a su dueño. Cuando llegó a mi altura (asiento 15, pasillo), le pregunté algo y tomó asiento en el que estaba libre al otro lado. Hablamos no más de dos riquísimos minutos.

Francisco tiene 57 años y lleva treinta haciendo este trabajo: le faltan tres para jubilarse. Está casado y tiene cuatro hijos. En un tiempo fue seminarista salesiano. Está contento, muy contento de ser guarda de viajes largos. Entiende a la perfección que en cualquier trabajo, bien hecho por amor a Dios, está la santidad al alcance de la mano.

Cuando llegamos a Tres Cruces él había terminado de suavizar con la mano las arrugas de las fundas de los asientos: el ómnibus está impecable; los próximos viajeros lo agradecerán.
Al detenerse, Francisco es el primero en bajar. Ahora está ayudando a todos y a cada uno: agarra un bolso, ofrece el brazo para apoyarse, le da la mano a una anciana… Es un señor. Me despide con unas palabras cargadas de sabiduría y dichas como para sí mismo, con humor: -Si después de treinta años uno no aprendió a servir a la gente, no aprende más.

lunes, 4 de agosto de 2008

ADIOS AL PROFETA

Ayer murió este gran profeta del siglo XX. El 4 de junio de 1978, en la Universidad de Harvard, Solzenitsin pronunció un discurso del que se habló, se habló y se habló... ¿Se le hizo caso? Reproduzco el final de sus palabras. Después, no comments... o, mejor dicho, comments are free.

No voy a examinar el caso de un desastre producido por una guerra mundial y los cambios que produciría en la sociedad. Mientras nos despertemos todas las mañanas bajo un pacífico sol, tendremos que llevar una vida cotidiana. Pero hay un desastre que ya está muy entre nosotros. Estoy refiriéndome a la calamidad de una conciencia carente de espíritu y de un humanismo irreligioso. Este criterio ha hecho del hombre la medida de todas las cosas que existen sobre la tierra; ese mismo ser humano imperfecto que nunca está libre de jactancia, egoísmo, envidia, vanidad y toda una docena de otros defectos. Estamos ahora pagando por los errores que no fueron apropiadamente evaluados al inicio de la jornada.

Por el camino del Renacimiento hasta nuestros días hemos enriquecido nuestra experiencia pero hemos perdido el concepto de un Ser Supremo que solía limitar nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad. Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo para descubrir que terminamos despojados de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual, que está siendo pisoteada por la jauría partidaria en el Este y por la jauría comercial en Occidente. Esta es la esencia de la crisis: la escisión del mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que ataca a sus miembros principales. Si, como pretende el humanismo, el ser humano naciese solamente para ser feliz, no nacería para morir. Desde el momento en que su cuerpo está condenado a muerte, su misión sobre la tierra evidentemente debe ser más espiritual y no sólo disfrutar incontrolablemente de la vida diaria; no la búsqueda de las mejores formas de obtener bienes materiales y su despreocupado consumo. Tiene que ser el cumplimiento de un serio y permanente deber, de modo tal que el paso de uno por la vida se convierta, por sobre todo, en una experiencia de crecimiento moral. Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella.

Es imperioso reconsiderar la escala de los valores humanos usuales; su presente tergiversación es pasmosa. No es posible que la evaluación del desempeño de un Presidente se reduzca a la cuestión de cuanto dinero uno gana o a la disponibilidad de gasolina. Solamente alimentando voluntariamente en nosotros mismos un autocontrol sereno y libremente aceptado puede la humanidad erguirse por sobre la tendencia mundial al materialismo. Hoy sería retrógrado aferrarnos a las petrificadas fórmulas de la Ilustración. Un dogmatismo social de esa especie nos deja inermes frente a los desafíos de nuestros tiempos. Aun si nos libramos de la destrucción por la guerra, la vida tendrá que cambiar bajo pena de perecer por sí misma. No podemos evitar una reevaluación de las definiciones fundamentales de la vida y de la sociedad. ¿Es cierto que el ser humano está por encima de todas las cosas? ¿No hay un Espíritu Superior por encima de él? ¿Está bien que la vida de una persona y las actividades de una sociedad estén guiadas sobre todo por una expansión material? ¿Es permisible promover esa expansión a costa de la integridad de nuestra vida espiritual?

Si el mundo no se ha acercado a su fin, al menos ha arribado a una importante divisoria de aguas en la Historia, igual en importancia al paso de la Edad Media al Renacimiento. Demandará de nosotros un fuego espiritual. Tendremos que alzarnos a la altura de una nueva visión, un nuevo nivel de vida, dónde nuestra naturaleza física no será anatematizada como en la Edad Media, pero, más centralmente aún, nuestro ser espiritual no será pisoteado como en la Edad Moderna. La ascensión es similar a un escalamiento hacia la próxima etapa antropológica. Nadie, en todo el mundo, tiene más salida que hacia un solo lado: hacia arriba.