Páginas

domingo, 27 de julio de 2008

DE NIÑOS Y DE ÁNGELES

Hace un mes y poco llegaron, ¡por fin!, los tan deseados niños a la familia de Pancho y Patricia: los varones, quiero decir, porque ya habían tenido cinco niñas. Llegaron en plural y los bautizó el mismo Pancho en el sanatorio, porque se adelantaron al llegar: a uno le pusieron Francisco, como el padre, y al otro Nicolás.

Pasaron de la madre a la incubadora del centro de tratamiento intensivo, acompañados por las oraciones de sus hermanitas y de muchas personas (la bisabuela Sara, la primera). Las primeras semanas transcurrieron de susto en susto, como es de imaginar, superados con la evidente ayuda de Dios. Y fue Patricia, la madre, quien notó algo en Francisco -chiquitito, pesó poquito más de 900 gramos- que ni los médicos habían notado; algo en sus manitos -¡benditas madres!- que le hizo sospechar... -No, le dijeron los doctores, es imposible darse cuenta ahora. Patricia insistió en que le hicieran los exámenes -durante el embarazo no había querido saber nada de exámenes de esos-y lo consiguió, claro. No hay duda posible: Francisco es un niño con el síndrome de Down. Al mail que les envié cuando lo supe, Patricia me contestó esto:


Pasan los días y estamos más convencidos que Panchito es nuestra alegría y nuestro gran tesoro. Es nuestro lindo esquimal (los ojitos alargados por voluntad de Dios), morenito (igual a su papá, mamá y hermanas) y gorrito de lana (para que no pierda ni un gramo regulando la temperatura de su cuerpo). Se nota que es diferente y que es feliz.

Estos días pensamos mucho cómo decirle la noticia a las hermanas. Después de consultar y rezar ayer hablamos. Les dijimos que Panchito había elegido esta familia, con tantas hermanas que le darán cariño y un hermano mellizo que será su compañero de travesuras.

Pancho y yo sabemos que si nos hubieran dado la posibilidad de elegir, nos habría faltado valentía para optar por un hijo con capacidades limitadas. Por eso intervino la mano de Dios y nos mandó esta caricia. Nos sentimos queridos y privilegiados por Dios.


Ayer, cuando volvía de Paysandú, le conté todo esto a una médico pediatra con la que coincidí. A su vez, ella hizo el relato de un niño que nació con parálisis cerebral, aparentemente sin posibilidades de sobrevivir. El niño tiene ahora 4 años, y hace poco su madre le dijo a la doctora: Dios le da a cada uno un ángel para que lo cuide; a nosotros nos dio un ángel para que lo cuidemos. Uno, ¿qué más va a decir?... Que me parece que también hay otros ángeles: son las madres de estos niños.




viernes, 25 de julio de 2008

LA VERDAD DE LO QUE PASÓ EN SIDNEY

A juzgar por las informaciones de las agencias de prensa -AFP la primera-, lo único interesante de la Jornada Mundial de la Juventud era, antes de llegar el Papa a Sidney, si pediría perdón por los sacerdotes que se portaron mal. Una vez que llegó, insistieron en lo mismo, con variaciones de color local, es decir, destacando la "secularización" del país. Finalmente, dedicaron titulares y cuerpo de la noticia a lo único que les interesaba: ¡Benedicto XVI pidió perdón!
Si la vulgaridad -"estar ante lo sublime y no enterarse"- siempre es penosa, cuando es divulgada por agencias de prensa internacionales, lo es doblemente. Por eso ofrezco una crónica fidedigna, firmada por Michael Cook y publicada por Aceprensa. Vale la pena leerla hasta el final.


Jubilosa respuesta de 400.000 jóvenes a la llamada del Papa

La Jornada Mundial de la Juventud 2008 fue un éxito para la Iglesia católica y su pontífice de 81 años, el Papa Benedicto XVI. El 20 de julio asistieron a la misa conclusiva unas 400.000 personas, que por unas horas hicieron del hipódromo de Randwick un lugar más poblado que la capital de la nación, Canberra. La Jornada Mundial de la Juventud se ha convertido en la mayor cita de jóvenes en el moderno mundo globalizado, una fiesta de la fe.
Después de años de recibir abucheos entre bastidores, se ha vuelto a alzar el telón y Dios ha sido recibido con fuertes aplausos. Como con toda naturalidad dijo una joven que comentaba el acto para la televisión australiana, antes no estaba de moda ser católico en Sydney, pero ahora “vuelve a estar en la onda”. No es extraño que el anuncio de que Madrid acogerá la JMJ en 2011 fuera recibido con tanto júbilo.
La respuesta de los jóvenes fue impresionante. Unos 110.000 peregrinos, según los datos oficiales, cruzaron el mundo para venir a Australia, pese a la subida de las tarifas aéreas y la enorme distancia desde Europa y América. Muchos procedentes del extranjero tuvieron que ahorrar durante meses y sufrir veinte o treinta horas de vuelo hasta Sydney. Y a pesar de informaciones negativas en los medios de comunicación y el tibio apoyo de muchas escuelas católicas, se les unieron otros 100.000 peregrinos australianos. El último día, en la misa de Benedicto XVI en el hipódromo de Randwick, se sumaron varios miles más. Y todo sin ningún incidente de relieve, hecho realmente sorprendente para tal concentración de jóvenes.
El Vaticano y el cardenal George Pell de Sydney habían concebido la JMJ como una catequesis, un festival de cultura católica, de enseñanza y oración. Para los peregrinos que llegaron más pronto, las diócesis organizaron charlas en torno a asuntos controvertidos como la doctrina católica sobre sexualidad, o bioética, o fe y razón. Durante la semana inmediatamente anterior predicaron obispos de todo el mundo.
De hecho, uno de los aspectos sorprendentes de la JMJ en Sydney fue la naturalidad con que la nueva generación sintonizó con formas tradicionales de la devoción y la doctrina católica que para la generación Woodstock eran reliquias fosilizadas de la época preconciliar. Pero no.
Una nueva era
Durante los días que culminaron en la misa conclusiva, se veían jóvenes guardando cola para confesar y para pasar ratos de oración ante la Eucaristía en las iglesias. Varios miles recorrieron a pie los 9 kilómetros hasta Randwick pasando por el emblemático Puente del Puerto –cerrado al tráfico, cosa que solo había ocurrido otras dos veces en la historia–, muchos entonando cánticos o rezando el rosario, otros jugando con un balón o gastando bromas. Algunos exhibían grandes pancartas con la leyenda “Queremos a nuestro Pastor Alemán”. Tras la vigilia del sábado por la noche, los jóvenes se quedaron a dormir en el hipódromo en espera de la misa del día siguiente. Las confesiones prosiguieron durante toda la noche y aun la madrugada; la tienda donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento estaba llena de jóvenes rezando.
Y hasta los periodistas más groseros hubieron de reconocer que los peregrinos eran gente alegre, llena de vitalidad y normal, no los sombríos fanáticos aguafiestas que algunos esperaban. Un grupo llamado la “Coalición No al Papa” –un conjunto de drag queens, homosexuales, ateos y (no es broma) raelianas lesbianas– arrojó una lluvia de condones sobre los peregrinos que cruzaban el puente. Pero el numerito no provocó más que risa y dolida perplejidad. “Ellos tienen sus opiniones –decía una chica neozelandesa de 18 años–. Nosotros tenemos nuestras creencias, y no vamos a cambiarlas por ellos”.
Está claro que Benedicto XVI gozó con la celebración. Ahora responde con más espontaneidad al entusiasmo y al afecto de la multitud. Pero aunque tuvo una bienvenida de estrella del rock, había venido como Papa “al fin del mundo” decidido a dar un nuevo impulso a la Iglesia en Australia y a urgir a los jóvenes a comprometerse con Dios.
Para llenar el vacío espiritual
Lo asombroso de Benedicto XVI es que un hombre de su edad, tímido, modesto y sin especial carisma, convenza por su perspicacia, rigor y claridad. Sus discursos en la Jornada Mundial de la Juventud se movían a un nivel alto. Transmitían ideas, sin florituras retóricas, e iban directos al corazón del conflicto entre religión y cultura secularista.
Dirigiéndose a todos los australianos, el Papa lamentó en la homilía de la misa de clausura, que “en muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está extendiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación”. Y en diversas ocasiones atribuyó este vacío a la plaga del relativismo, a la creencia de que no hay verdad.
En la ceremonia de acogida a los jóvenes en Barangaroo, el Papa comenzó denunciando las “heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable”.
Pero de ahí pasó al deterioro del entorno “social”, “el hábitat que nos creamos nosotros mismos”. Éste también “tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio”. Entre los ejemplos citó “el abuso de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual, presentados a menudo en la televisión e Internet como una diversión”. “¿Cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y niños? ¿Cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?”, siguió interrogándose.
Unir libertad y verdad
Esta crisis de la ecología social la atribuyó el Papa a que “la libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad. Esto está fomentado por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la ‘experiencia’ sea lo más importante de todo. En realidad, las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación”.
Hablando a todos los creyentes, el Papa les animó a seguir luchando para que la religión siga presente en la vida pública. En uno de sus discursos más interesantes, dirigido a los representantes de otras religiones, el Papa desmintió la idea de que religión y violencia van de la mano.
El sentido religioso arraigado en el corazón del ser humano le lleva a descubrir que la realización personal no consiste en la satisfacción egoísta de deseos efímeros. “Nos guía más bien salir al encuentro de las necesidades de los otros y a buscar caminos concretos para contribuir al bien común. Las religiones desempeñan un papel particular a este respecto, en cuanto enseñan a la gente que el auténtico servicio exige sacrificio y autodisciplina, que se han de cultivar a su vez mediante la abnegación, la templanza y el uso moderado de los bienes naturales. Así, se orienta a hombres y mujeres a considerar el entorno como algo maravilloso, digno de ser admirado y respetado más que algo útil y simplemente para consumir. Un deber que se impone a quien tiene espíritu religioso es demostrar que es posible encontrar alegría en una vida sencilla y modesta, compartiendo con generosidad lo que se tiene de más con quien está necesitado.”
¿Qué dejaréis a la próxima generación?
Al dirigirse a los católicos, el Papa hizo hincapié en la unidad. Sus palabras en la vigilia con los jóvenes ofrecieron todo un panorama de la teología de la unidad. Aunque pueden haber superado la capacidad de atención de peregrinos cansados que llevaban velas en la oscuridad, dio un magistral esbozo del esfuerzo de san Agustín por aferrar el significado de la Trinidad, la doctrina central del cristianismo. Y lo utilizó para hacer una llamada a la unidad dentro de la Iglesia.
“Lamentablemente, la tentación de ‘ir por libre’ continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y a la segunda como rígida y carente de Espíritu.”
“La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia; es un don que debemos reconocer y apreciar. Pidamos esta tarde por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de dar media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo”.
Y a los jóvenes les recordó, una y otra vez, la responsabilidad de transmitir su fe a los otros.
“¿Qué dejaréis a la próxima generación?”, preguntó en la homilía de la misa final. “¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la ‘fuerza’ que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán?”.
Y les invitó a ser los profetas de una nueva sociedad: “Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas”.
Antes les había recordado a “aquellos pioneros –sacerdotes, religiosas y religiosos– que llegaron a estas costas y a otras zonas del Océano Pacífico, desde Irlanda, Francia, Gran Bretaña y otras partes de Europa. La mayor parte de ellos eran jóvenes –algunos incluso con apenas veinte años– y, cuando se despidieron para siempre de sus padres, hermanos, hermanas y amigos, sabían que sería difícil para ellos volver a casa. Sus vidas fueron un testimonio cristiano, sin intereses egoístas”.
Esa fuerza solo puede venir de Dios, si le dejamos actuar en nosotros. “El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante la oración”.
Una inmensa tarea por delante
Reconstruir la Iglesia católica, en Australia como en otras partes, es una empresa ingente. En los medios de comunicación del país, las protestas de víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes casi eclipsaron el exuberante recibimiento dispensado al Papa. Hubo insistentes demandas de una petición de perdón, y el Papa la hizo (en Sydney, durante la misa con obispos, seminaristas y novicios): “Estos delitos, que constituyen una grave traición a la confianza, deben ser condenados de modo inequívoco. Han provocado gran dolor y han dañado el testimonio de la Iglesia. (…) Las víctimas deben recibir compasión y asistencia, y los responsables de estos males deben ser llevados ante la justicia”.
Pese a las sombras, la calurosa acogida a Benedicto XVI en Sydney muestra que el cristianismo no está muerto, ni siquiera en letargo. Banderas de docenas de países ondeaban al recio viento que soplaba en los momentos finales de la JMJ. Entre ellas estaba la roja de la República Popular China. Incluso allí, bajo un régimen oficialmente comunista, hay entusiastas del Papa. En los cinco últimos años un laicismo resentido ha intentado encerrar la religión en un armario. Libros de ateos proselitistas han cautivado la atención de los medios. Ahora, tras una semana de expresión de religiosidad alegre y sin complejos en las antípodas, todo el mundo sabe que hay una alternativa viable. Dios ha vuelto al terreno de juego.

viernes, 18 de julio de 2008

DIOS TE BENDIGA

Ayer recorrí avenida Italia, casi casi de punta a punta. Dios te bendiga, Dios te bendiga, Dios te bendiga, en todas las columnas del cantero central, que son montones. Hoy, día de fiesta patria, caminé un rato por Ricaldoni, dándole la vuelta al Estadio: Dios te bediga, Dios te bendiga, Dios te bendiga, en cada una de las columnas. Y anteayer pasé por bulevar Artigas, a la altura de la iglesia de Tres Cruces: Dios te bendiga, Dios te bendiga, Dios te bendiga, también en el cantero, también en cada farol. Y Dios me bendijo, además, desde la tapa de un container de la basura.

Me dijo alguien, hace unos días: -¿Sabe que esos letreros los pintó un tipo que estuvo en la cárcel y salió hace poco, y lo hace como señal de arrepentimiento?

No, no lo sabía. Tampoco sé si el dato es posta-posta. En todo caso, por más que el saludo sea óptimo y buena la intención, tengo dudas sobre el medio que ha empleado el hombre...

miércoles, 16 de julio de 2008

DATOS PARA PENSAR

Hoy leí en el diario una noticia que me preocupó: mañana será el DÍA NACIONAL PARA LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO. El Ministerio de Salud Pública difundirá un manual sobre el tema en el que se encuentran estas cifras alarmantes: en 2007 hubo en Uruguay 599 suicidios y 1.600 tentativas.
En Internet encontré dos artículos del Dr. Federico Dajas, Jefe del del Departamento de Neuroquímica del Instituto de Investigaciones Biológicas "Clemente Estable", con este título: "Alta tasa de suicidio en Uruguay". Escribe este científico en un artículo de 2001:

"En 1998 se comunicó la existencia de una epidemia de suicidio y depresión en el país, la que no fue corroborada oficialmente pese a que el concepto regresa periódicamente. (...) Las tasas de suicidio de los últimos 25 años muestran un incremento gradual pero marcadosobre el final de la década de los 90, que llega a un aumento significativo en 1998 el cual retrocede en 1999. (...) En el análisis por edades se detecta un cambio en relación a estudios anteriores con un aumento de la tasa sobre todo en hombres jóvenes (20 a 24 años y 40 a 50 años) y un aumento concomitante en la mujer adolescente y madura. No existe correlación significativa con la tasa de desempleo, ni con el cambio de ésta".

En el manual del MSP, por otra parte, se lee que las causas del suicidio serían: el aislamiento, el desapego, la desesperanza, vivir mal, las frustraciones, la falta de proyectos, la depresión y algunas situaciones "de molestia".

Para mí que, entre las causas, falta un factor esencial. A su vez, a ver ¿qué hacemos?...

martes, 8 de julio de 2008

EL CABALLO DE TROYA GALOPA, GALOPA...


No es que yo tenga nada en contra de España, sino al revés: soy deudor insolvente de gratitud por lo que recibí en ella durante los 8 años más importantes de mi vida. Por eso, y porque nos afecta especialmente lo que pasa en la "Madre Patria", no pocas veces traigo a este blog cuestiones de la actualidad española. En concreto, todos saben que, desde que asumió el nuevo gobierno de Zapatero, la ofensiva laicista se ha lanzado a fondo. Éstas notas de Juan Manuel de Prada en www.arguments.es explican bien "cómo viene la mano".



Se ha interpretado la ofensiva laicista anunciada por la vicepresidenta De la Vega como una especie de «liebre» -en afortunada expresión de Ignacio Camacho- que se lanza para desviar la atención de otros asuntos más conflictivos o perentorios. Pero pecaríamos de ingenuidad si nos negásemos a avizorar el propósito de ingeniería social que subyace en la ofensiva. La sociedad está compuesta por individuos; y los individuos son, en su inmensa mayoría, religiosos por naturaleza. El Estado, como construcción estructural de la sociedad, tiene la obligación de atender la religiosidad de los individuos que la componen y de hallar soluciones que permitan que las distintas sensibilidades religiosas puedan coexistir en pacífica convivencia. La Constitución española, al consagrar el principio de aconfesionalidad del Estado, dio solución a este problema: a la vez que ninguna religión tiene carácter estatal, los poderes públicos se comprometen a mantener relaciones de cooperación con las diversas confesiones, atendiendo a las creencias de la sociedad; de donde se desprende que dicha cooperación tiene que ser especial con la Iglesia Católica, por encarnar -históricamente, pero también hic et nunc- la fe mayoritaria de los españoles. Esta solución constitucional coincide con el ideal del Estado pluralista moderno; y supera por igual fórmulas coactivas de otras épocas (en donde una mayoría aspiraba a imponer su religión a los demás) y también la fórmula liberal, que propone que el Estado se mantenga ajeno o indiferente a las creencias religiosas de los ciudadanos.

El ideal laicista es una conjunción nefasta de la fórmula liberal y de las fórmulas coactivas de otras épocas. Propone que la religión sea un asunto privado; pero su íntimo, inconfesable anhelo, consiste simplemente en eliminar la religión como realidad, tanto en lo público como en lo privado, empezando por lo primero. Y es que el laicismo sabe que una religión confinada en el ámbito privado no es religión propiamente dicha: la religión tiene que ser forzosamente social, puesto que el hombre lo es («zoon politikón», lo definió Aristóteles); y, en consecuencia, tendrá que irrumpir en la vida pública. Tratar de reprimir las manifestaciones sociales del sentimiento religioso, que es el más complejo de todos los afectos intelectuales, pero también el más tenaz y violento, sólo trae dolor al cuerpo social. Así ocurrió, por ejemplo, cuando a Azaña se le ocurrió decretar la desaparición repentina de la religión en España.
A nadie se le escapa que la nueva ofensiva laicista anunciada por el Gobierno tiene como único propósito extirpar el ascendiente de la religión católica sobre la sociedad española. Y ya se sabe que el hombre, extirpado de religión, empieza a supurar superstición. El Gobierno entiende -y entiende bien- que la religión es la última defensa que protege al hombre frente a las supersticiones laicas. Entiende también que, confinada en el ámbito privado, la religiosidad del hombre se agosta y termina por fenecer. Y entiende, en fin, que, con su religiosidad fenecida, el hombre deviene más frágil y manipulable, más dúctil a cualquier ejercicio de ingeniería social. Resulta muy dilucidador que la vicepresidenta De la Vega, a la vez que anunciaba la ofensiva laicista gubernamental, adelantase un rimbombante «Plan de Derechos Humanos».
El hombre religioso sabe, como Benedicto XVI afirmó en su reciente discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, que los derechos humanos se basan en una ley natural inscrita en su corazón, presente en las diferentes culturas y civilizaciones; y que, por lo tanto, son universales y anteriores a cualquier forma de organización política. El hombre al que le ha sido extirpada la religión no le queda sino abrazarse a la superstición laica, según la cual el sentido y la interpretación de esos derechos humanos pueden variar, dependiendo del contexto político de cada momento; de este modo, los derechos humanos dejan de ser una propiedad humana universal e inalienable, previa a cualquier forma de organización política, para convertirse en concesión graciosa del gobierno de turno, que podrá configurarlos a su libre antojo y hasta enajenarlos.
Creo, sinceramente, que la ofensiva laicista del Gobierno es mucho más que una liebre, querido Ignacio: es el caballo de Troya del Régimen.

miércoles, 2 de julio de 2008

ESTE MUNDO ESTÁ LOCO, LOCO, LOCO



En Europa quieren echar a los inmigrantes, ignorando que gracias a ellos se mantiene relativamente estable la población de esos países, y se preocupan celosamente de legislar sobre los derechos de los gorilas, los chimpancés y los orangutanes. ¡Suerte para ellos! Interesante por demás la nota de Rafael Serrano en Aceprensa.

PROYECTO "GRAN SIMIO" TOMADO EN SERIO


Al tercer intento, una comisión del Parlamento español ha aprobado una moción, presentada por un diputado de Izquierda Unida, a favor de que el país se adhiera oficialmente al Proyecto Gran Simio (PGS), una propuesta de extender nuestra “comunidad de iguales” a chimpancés, orangutanes y gorilas. Como, según dicen los promotores, esos animales poseen unas “facultades mentales” semejantes a las humanas, así como una “vida social y emocional rica y variada”, merecen que se les reconozca unos “derechos morales fundamentales, que se pueden hacer valer ante la ley”.

En la anterior legislatura, dos mociones similares no salieron adelante porque –dicen los mismos partidarios del PGS– se tergiversó la iniciativa presentándola como si fuera una pretensión paradójica de otorgar “derechos humanos” a los animales, y se hizo burla de ello. Esta vez, los proponentes pusieron cuidado en subrayar que en absoluto se trata de eso, sino de “hacer todo lo posible por conservar una especie”.
Pero la moción aprobada no se limita a eso. Ante todo insta a “adecuar la legislación española a los principios del Proyecto Gran Simio”. En consecuencia pide prohibir la “experimentación o investigación cuando ello pueda producir daño a los simios y no redunde en su beneficio”, así como “la tenencia con fines comerciales o en cualquier tipo de espectáculo”. También propone definir “un tipo penal agravado para los casos de comercio, tenencia ilegal o maltrato de simios”. Finalmente, demanda que el gobierno promueva ante los organismos internacionales medidas para proteger a los grandes simios del “maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y la extinción”.

Barrera infranqueable
El mayor problema de esta iniciativa parlamentaria es que cuando se toman realmente en serio los principios del PGS, se cae en el ridículo. Lo explica con acierto Leopoldo Prieto López en su reciente libro El hombre y el animal (1).
El PGS es idea, principalmente, del filósofo australiano Peter Singer, quien la expuso en la obra programática del mismo nombre (2). En ella se contiene la “Declaración sobre los grandes simios”, que señala: “El objetivo de toda nuestra empresa es establecer de nuevo el estatuto moral de los chimpancés, los gorilas y los orangutanes, y la aceptación en calidad de persona de algunos animales no humanos”. La razón es que, a la vista de los conocimientos científicos sobre las facultades de esas especies, “la barrera moral que trazamos entre nosotros y ellos es indefendible”. Por tanto, el PGS exige que se reconozcan para los simios tres “principios o derechos morales fundamentales”: a la vida, a la libertad y a no sufrir tortura.


Pero la barrera indefendible se muestra a la postre infranqueable aun para los firmantes de la Declaración. Como señala Prieto López, si se admite de verdad que los simios forman con los humanos una “comunidad de iguales”, se ha de llevar todo eso a las últimas consecuencias. La defensa jurídica del derecho a la vida supondría no solo, como pide la iniciativa del Congreso español, castigar más duramente al humano que mate a un simio, sino además juzgar y condenar a los simios que maten a otra “persona”, humana o simiesca. Pero ¿en serio creen los del PGS que se puede exigir responsabilidades penales a un animal?
Parece que no, por lo que dicen en el punto sobre la privación de la libertad de los miembros de la comunidad de los iguales. “La detención de quienes hayan sido condenados por un delito, o de quienes carezcan de responsabilidad penal, solo se permitirá cuando pueda demostrarse que es por su propio bien, que resulta necesaria para proteger al público de un miembro de la comunidad que claramente pueda constituir un peligro para otros si está en libertad. En tales casos los miembros de la comunidad de los iguales deben tener derecho a apelar ante un tribunal de justicia, bien directamente o, si carecen de la capacidad necesaria, mediante un abogado que los represente” (la cursiva es nuestra).
Uno se imagina despachos de abogados especializados en defender a simios. Pero no los habrá, porque nuestros iguales tendrán que recurrir al turno de oficio.

Para tratar bien a los animales
El tercer derecho fundamental, la prohibición de la tortura, conduce a aporías semejantes. “Se considera tortura, y por tanto es moralmente condenable, infligir dolor grave, de manera deliberada, a un miembro de la comunidad de los iguales”, etc. ¿Qué condena moral impondremos a los simios que hacen daño a otros? ¿Cómo les notificaremos la prohibición legal de torturar? ¿Cómo probaremos su intención dolosa si la incumplen? Volvemos a comprobar que la supuesta comunidad de iguales no es tal, pues las determinaciones jurídicas de los principios que la afirman solo pueden afectar a los hombres, únicos seres sobre la Tierra con responsabilidad moral, a los que se puede mandar y prohibir.
Cosa que siempre ha sido generalmente reconocida y no ha impedido exigir (a los humanos) el deber moral y aun legal de tratar bien a los animales. Esto resulta aún más claro para quien los considera, juntamente con los humanos mismos, criaturas de Dios. Así, la crueldad con los animales no es una violación de un derecho subjetivo de ellos, pero supone un desprecio que degrada al hombre que la comete y ofende al Creador, señor de los hombres y de las bestias (cfr. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 2415-18).
Peter Singer no comparte esas ideas. Su llamada en favor de los grandes simios se basa en que les atribuye un grado de conciencia, una vez que llegan a tenerla. Por eso, él niega expresamente el derecho a la vida al bebé de pocos días, porque lo considera sin conciencia, a diferencia de un animal superior más crecido. Alguien debería advertir a los simios que Mr Singer no les defenderá contra el infanticidio.
-----------------------------NOTAS
(1) El hombre y el animal. Nuevas fronteras de la antropología, BAC, Madrid (2008), 572 págs., 29 €. El apartado dedicado al PGS está en las pp. 78ss.
(2) Paola Cavalieri y Peter Singer (eds.), El Proyecto Gran Simio: la igualdad más allá de la humanidad, Trotta, Madrid (1998), 400 págs., 18,50 €.